Archivos para julio, 2023

Las Pudendas y Huno 2019

Después de una tarde atropellada, con prisas y contratiempos, nos reunimos por la noche para la tradicional cata de fin de mes. Tuvimos nuevamente de invitado a la mesa a Eduardo Narro, orgulloso dueño de Las Pudencianas. Una familia con tradición vitivinícola de raíces profundas en aquellas tierras norteñas. La bodega en el pueblo era conocida como el Jardín Botánico de Parras. Desde hace 13 años que se plantaron las primeras vides ha ido evolucionando su proyecto hacía producciones artesanales, buscando la satisfacción del cliente con ideas muy innovadoras. Una de ellas que me llamó la atención se trata de una cata de tres vinos; y que al final el anfitrión invita a que surja el espíritu enológico que pudiera estar dormido en lo más profundo de nuestra alma: Los catadores tienen la libertad de mezclar los vinos como a ellos les plazca, tomando notas de la mezcla; posteriormente se embotella y se imprime una etiqueta personalizada. Si en el futuro quieren repetir la mezcla, ya hay un registro, y es cuestión de pedir un lote. Más allá del resultado de la mezcla, que por obvias razones puede resultar o no, me parece un ejercicio que convierte a los invitados en parte del proceso. Echando a volar la imaginación podemos pensar que somos parte de esa bodega. Me parece una brillante idea que podremos poner en práctica muy pronto, ya que casi todos los integrantes del grupo estamos planeando ir en un par de meses, ya les contaré. Eduardo no llegó con las manos vacías; trajo una pierna de carnero estofada con verduras y dos botellas: una de su bodega y otra de un familiar que también produce vino por aquellas tierras.

La primera Las Pudencias cabernet sauvignon, no encontré la añada y teniendo a la mano la respuesta con Eduardo presente, se me ha pasado de largo. Aunque mi ortodoxia ha ido a la baja, no se debe pasar por alto que ambos vinos han viajado desde Coahuila sin ningún reposo previo a la cata, detalle que tiene mucho que ver con las sensaciones organolépticas, como diría un sumiller. Se trata de un vino joven huele a fruta roja; ciruela con algún dejo a humo. Acidez alta y final astringente, ya habrá tiempo de catarlo in situ próximamente.

Huno 2019, vinificado con merlot del mismo valle de Parras de la bodega Hacienda del Marques de Parras. Se le nota la madera, huele también a hollejos, fruta negra indefinida y una nota especiada a pimienta blanca. En boca tiene buena acidez aunque a la mitad del recorrido hay una nota cansina como si hubiera estado abierta mucho tiempo. Después de unos minutos aparece una nota mentolada en la copa quieta.

La última botella antes del estofado la trajo Alfonso, un carmenere: Carmen 2020. No tomé nota pero se trata de un vino frutal repetible.

El delicioso estofado con verduras estuvo bañado por una magnum de Luigi Bosca de Sangre 2014. Maridó muy bien con la grasa del cordero.

Estaremos a mediados de septiembre por aquellas tierras degustando los ya famosos vinos de Parras.

En esta ocasión no tenía idea de qué ofrecer para la cata, pero hurgando por los pasillos se me ocurrió comprar cinco vinos que tuvieran los nombres más raros. Lo que me sorprendió fue que hoy en día muchos productores buscan impresionar con diferentes nombres y etiquetas que suenan fuera de contexto, con el fin de vender sus vinos. Yo sabía de antemano que al escogerlos por ese motivo las posibilidades de probar algo que mereciera la pena era escaso, o algo fortuito. Y aquí empezamos con la lista:

La Maldita 2020. Nacido en la noble tierra de Briones en Rioja, y vinificado con garnacha blanca. Color evolucionado: oro, brillante y espeso. Huele a talco, toronja blanca. Buena acidez en boca, de final corto. Con la copa en reposo, al final de la cata huele a mango. Bebible.

La Casa de Las Locas 2020. Amarillo pajizo ribete transparente. Huele a lo que rara vez huele el vino: a uva; cuando pelas una uva y queda la pulpa al descubierto, y melón verde. Boca cítrica a lima, buena acidez y final medio. En reposo al final huele a membrillo. Repetible.

Knock Knock sin añada, taparrosca, eso sí: metálico. Primer aroma volátil, algunos aromas químicos, después abre un poco a fruta roja indefinida. En boca es planito, fugaz… Nada que mueva a comprarlo al menos que sea el único vino a la venta en cien kilómetros a la redonda.

Mr No Sulfite 2019. Un beaujolais villages, sin sulfitos. Huele a ciruela roja madura, algo raro pero también a madera vieja y poco más. Planito en boca, falto de acidez y tanino. Inmemorable con causa.

Pituco 2020. De Jumilla, y el que sin duda más nos ha gustado o mejor dicho: el que menos nos ha desagradado de los tintos. Vinificado con garnacha tintoreta: esa que también es negra por dentro, monastrell y syrah 14 grados de alcohol y crianza no especificada. Huele a hollejos y zarzamora con especias; notas de clavo. En boca sobre-madurado, falto de acidez y pasificados. No sé si repetiría.

No dejó de ser un buen ejercicio, en ocasiones cuando voy dispuesto a traer lo mejor que encuentre, me he topado con muchas sorpresas, en está ocasión mis expectativas eran muy bajas.

Dentro del amplio mundo del vino se habla de la evolución como algo cuantificable pero sobre todo controlable. Déjenme decirles que al tiempo le gusta juguetear con nosotros, a veces evolucionando de más, y otras cuando pensamos que ya el vino se convirtió vinagre; resulta que no sólo está bebible sino que se puede disfrutar de los matices de un vino en plena madurez; deleitándonos como nunca lo haríamos con los vinos más jóvenes. Hace casi cuatro meses catamos un blanquito: Cuna de Tierra 2020, que ya había olvidado en el refrigerador, y es que había sobrado poco más de una copa. Para mi sorpresa lejos de ser un vino cansino, presentaba un color amarillo dorado, opaco, con una nariz tropical a mango, níspero con notas de piña madura y barro. En boca amarga un poco a la entrada, de acidez comedida y un punto dulce. Había perdido aquella frescura de cítricos de la primera vez cuando se descorchó: Nada que se tuviera que echar al fregadero. En contraste descorché después un Chablis de Louis Jadot 2021, amarillo pajizo brillante con una nariz frutal a piña, notas florales a jazmín, y también notas anisadas. En boca de buena acidez, un vino joven correcto. A veces la vida nos da sorpresas, y es que olvidamos la segunda parte en algunos vinos: que después de descorchados, quizás no días, pero si una horita o poco más hace que aparezca la magia. Pondré en un futuro más atención a la evolución en copa.

El imbebible

Ese mismo día había sacado de no sé dónde una botellita de tinto, sin grandes expectativas lo probé. Debo decir antes que nada, que no me gustan las descripciones poco halagadoras de vinos que no sean de mi agrado, pero este rozaba lo infame. Un vino diluido, que si me hubieran dicho que le habían agregado un vaso de agua, lo habría creído. No había por donde cogerlo, como decía un buen amigo español. Le faltaba de todo, un juguito de uva con algo de alcohol, completamente desintegrado. Además tuvieron el atrevimiento de imprimir en la etiqueta el calificativo de «Gran Vino» nada más lejos de la realidad. Pongo la foto para el valiente que quiera desengañarse.

Hace unas semanas asistí a una de esas catas comerciales que organizan ciertas tiendas de autoservicio, lo que conocen en España como grandes superficies. Dije comercial, porque finalmente su objetivo es vender una que otra botellita, y si al cliente le gustan todos los vinos, pues… ¿Quién le impide que se los lleve a casa? Alfonso, asiduo asistente a estas catas, me comentaba que las más interesantes, en cuanto a información y contenido, eran las organizadas con algún miembro de la bodega en cuestión. Ya que generalmente están muy bien enterados de todo lo que respecta a la bodega y sus vinos. En esa ocasión cambiaron el itinerario, debían ser prioratos y acabaron en Ribera del Duero.

El primero de tres tintos; Sembro 2021 de bodega Jaros, Tres meses de crianza y 14.5 grados de alcohol. Huele a mermelada de zarzamora, unas vueltas a la copa y aparecen lácteos. En boca: de taninos moderados, buen paso y acidez. Todo en su lugar sin enamorar.

El segundo de la tarde un Jaros 2018, con 18 meses en barrica además de que se le notan. Huele a pastel de frutas, pimienta negra y una notita lejana de cuero y madera nueva. En boca tiene un tanino rugoso y una acidez que destacan, le falta vidrio, quizás unos añitos integren lo que hay dentro.

El último fue un Pago la Corva 2015. Mudo al principio, va abriendo a fruta negra sobre madurada y barro. De alcoholes altos, sin integrar, aunque el conjunto da un vino correcto, hasta que me enteré del precio: 1500 pesos, algo así como 85 dólares.

Dentro de las audacias del sumiller encargado de dirigir la cata, respondió a una pregunta a la ligera, diciendo que las piernas en la copa no tenían nada que ver con el alcohol. En mi experiencia la evaporación del alcohol, por ser tan volátil, hace que la tensión superficial del agua que queda en las paredes escurra, y dependerá en gran medida de la porosidad del vidrio del que esté fabricada la copa; que escurran en diferentes grados o que no se perciba. Así las cosas me retiré de la cata sin llevar vino a casa.