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Las Pudendas y Huno 2019

Después de una tarde atropellada, con prisas y contratiempos, nos reunimos por la noche para la tradicional cata de fin de mes. Tuvimos nuevamente de invitado a la mesa a Eduardo Narro, orgulloso dueño de Las Pudencianas. Una familia con tradición vitivinícola de raíces profundas en aquellas tierras norteñas. La bodega en el pueblo era conocida como el Jardín Botánico de Parras. Desde hace 13 años que se plantaron las primeras vides ha ido evolucionando su proyecto hacía producciones artesanales, buscando la satisfacción del cliente con ideas muy innovadoras. Una de ellas que me llamó la atención se trata de una cata de tres vinos; y que al final el anfitrión invita a que surja el espíritu enológico que pudiera estar dormido en lo más profundo de nuestra alma: Los catadores tienen la libertad de mezclar los vinos como a ellos les plazca, tomando notas de la mezcla; posteriormente se embotella y se imprime una etiqueta personalizada. Si en el futuro quieren repetir la mezcla, ya hay un registro, y es cuestión de pedir un lote. Más allá del resultado de la mezcla, que por obvias razones puede resultar o no, me parece un ejercicio que convierte a los invitados en parte del proceso. Echando a volar la imaginación podemos pensar que somos parte de esa bodega. Me parece una brillante idea que podremos poner en práctica muy pronto, ya que casi todos los integrantes del grupo estamos planeando ir en un par de meses, ya les contaré. Eduardo no llegó con las manos vacías; trajo una pierna de carnero estofada con verduras y dos botellas: una de su bodega y otra de un familiar que también produce vino por aquellas tierras.

La primera Las Pudencias cabernet sauvignon, no encontré la añada y teniendo a la mano la respuesta con Eduardo presente, se me ha pasado de largo. Aunque mi ortodoxia ha ido a la baja, no se debe pasar por alto que ambos vinos han viajado desde Coahuila sin ningún reposo previo a la cata, detalle que tiene mucho que ver con las sensaciones organolépticas, como diría un sumiller. Se trata de un vino joven huele a fruta roja; ciruela con algún dejo a humo. Acidez alta y final astringente, ya habrá tiempo de catarlo in situ próximamente.

Huno 2019, vinificado con merlot del mismo valle de Parras de la bodega Hacienda del Marques de Parras. Se le nota la madera, huele también a hollejos, fruta negra indefinida y una nota especiada a pimienta blanca. En boca tiene buena acidez aunque a la mitad del recorrido hay una nota cansina como si hubiera estado abierta mucho tiempo. Después de unos minutos aparece una nota mentolada en la copa quieta.

La última botella antes del estofado la trajo Alfonso, un carmenere: Carmen 2020. No tomé nota pero se trata de un vino frutal repetible.

El delicioso estofado con verduras estuvo bañado por una magnum de Luigi Bosca de Sangre 2014. Maridó muy bien con la grasa del cordero.

Estaremos a mediados de septiembre por aquellas tierras degustando los ya famosos vinos de Parras.