Archivos para enero, 2022

El viacrucis para transitar entre aeropuertos cogestionados y largas colas no sólo es una constante, sino que además, se ha agudizado con la pandemia. Se suman a las exhaustivas revisiones la de los documentos que certifican la dosis completa de vacunación o los resultados negativos de la prueba covid. Para exigir la correcta colocación del cubrebocas las autoridades son más laxas, cuando debería ser sin duda la principal exigencia. Parece ser que hay gente dispuesta a perder la vida en caso de complicaciones respiratorias, antes que ponerse la telita con el elástico para cubrirse la boca y la nariz. Ejemplos muy claros los podemos encontrar en el metro, en el autobús, o en el tren… donde las normas se cumplen a medias o simplemente no se obliga a usarlo, como en Suiza. Así que a nadie sorprenda el sensible aumento de casos en Europa de aquí a principios del 2022. Precisamente en Montreux como base de nuestra estancia en Suiza, la situación del virus parece cosa del pasado remoto para muchos de sus habitantes, sobre todo turistas que caminan despreocupadamente por sus calles con una sonrisa desnuda en sus rostros. 

Río Aar afluente del Rin (Berna)

Llegamos a Montreux de noche, hambrientos y cansados del largo viaje, buscando un sitio donde cenar. Era alrededor de las 9:00 y nos fue negado el acceso a un restaurante italiano: Molino  ya que no portábamos el certificado de vacunación, obligatorio para entrar en cualquier restaurante, café o museo. Volvimos al hotel donde disfrutamos de unos escasos pero deliciosos ravioles rellenos de hongos silvestres maridados con una copita de pinot noir suizo cuyo nombre no anoté, pero que es digno del olvido. De no ser por el exquisito pan artesanal con granos de girasol del principio, nos hubiéramos quedado con hambre. 

Al otro día desayunamos de manera frugal, como acostumbran los europeos. Era mi cumpleaños y mi hija tenía una sorpresa muy especial. El libro sobre mi vida, obra escrita por ella, se abandonó a la escritura por largas horas para rememorar mi pasado. ¡Qué mejor regalo se puede pedir…! Además de que sus dotes de escritora saltan a la vista haciendo que volviera a vivir parte de mi infancia, a ese pasado repleto de recuerdos melancólicos que llevamos en la memoria. Un regalo que apreciaré el resto de mi vida y que leí con avidez hasta la última página en los primeros días del viaje. Después del desayuno nos dirigimos a la estación de tren para visitar Ginebra. Primera parada: cementerio de los Reyes.

Parafraseando a Borges en alguna de sus entrevistas: Alemanes, italianos y franceses han olvidado sus diferencias…  Estoy parcialmente de acuerdo, ya que al tomar el tren y llegar a los cantones alemanes como Berna, así como más al noreste en Zurich, el francés queda relegado en segundo término. La sobriedad de las calles junto con el carácter flemático de su gente hacen sentir al visitante como a un extraño,  habituados al romántico acento del idioma de Hugo y  Voltaire. Suiza ofrece tres países en uno: Zurich y Berna junto a los cantones de habla germana y los afrancesados en lo poco que queda del resto del país sin la influencia teutona. La parte italiana, el cantón de Tesino, puede ser el tercero en el que se respira otro ambiente bajo el nublado cielo suizo. Cantón que por cierto aún no conozco. 

Una de las visitas más esperadas para mi fue la del cementerio de los Reyes, para conocer la extraña lápida con motivos sajones del más grande escritor en lengua castellana del siglo XX, Jorge Luis Borges. A quien llevé flores para poder interrumpir su sueño y acompañarlo por un momento en su viaje a la Eternidad mientras observaba la rara inscripción representando a siete soldados en pie de guerra. Seguramente destacando el valor de los guerreros que tanto valoraba Borges en las sagas escandinavas. El cementerio es pequeño, reservado a gente ilustre, puede recorrerse caminando en muy poco tiempo. Un último vistazo a su tumba me hizo recordar aquella reflexión que algún día hizo el propio Borges sobre los muertos en uno de sus poemas: “Me conmueven las menudas sabidurías que en todo fallecimiento se pierden” así como también dijo en una entrevista:  “Con cada hombre mueren muchas cosas que se pierden para siempre”. Aunque su caso es distinto ya que permanecerá en la memoria de todas aquellas mentes sensibles que se den a la tarea de leer su magnífica obra.  

Ladera con viñedos rumbo a Ginebra (foto desde el tren)

Museos, plazas, catedrales góticas, callejones estrechos, vistas de montañas nevadas, laderas de viñedos desnudos, gente en bicicleta a pesar del frío invernal con el sol apenas asomándose; pero no lo suficiente como para tibiar el ambiente, paisajes que componen este bello país. Nuestra visita a museos fue nutrida y muy variada, aunque debo destacar algunos como el Alimentarium de la compañía Nestlé en Vevey. Un sitio cálido a la orilla del lago Lemán, donde han montado un gran museo en un moderno edificio. Al recorrer sus pasillos se disfruta de sus salas bien iluminadas y de información muy interesante en el país que inventó las barras de chocolate, ya que antes, en el siglo XVI se trataba de una bebida exótica, según cuentan en otra de las visitas obligadas: la fábrica de chocolates Cailler. Esta fábrica que exhibe una variedad inmensa de chocolates de múltiples formas, con envolturas de todos colores y tamaños, está ubicada muy cerca del pueblito de Gruyere. Para comer subimos una empinada colina que nos llevó a un burgo medieval; la plaza, la iglesia, el castillo y alrededor lo que fueron en su momento cuadras para refugio de animales y almacenamiento de grano y leña, hoy son restaurantes de fondue y tiendas de souvenirs. Entramos al que mejor pinta tenía, aunque los encargados no usaran cubrebocas. Quién iba a decirme que llegaría el tiempo en que los usaríamos tan desenfadadamente fuera del quirófano, por otro lado me cuesta trabajo asimilar que los dueños de un establecimiento no los usen. El fondue con una copita de blanco de buena acidez hizo excelente maridaje. No pude ver la botella, ni tampoco pregunté por la marca, simplemente acerqué la copa a la mesera y ella sirvió. Este tipo de despreocupaciones suelen suceder durante los viajes, cuando andamos en modo turista; distraídos. Para cuando salimos ya había oscurecido, no pudimos apreciar la iglesia ni el castillo con suficiente luz, y aunque nuestra intención era volver, nunca lo hicimos. Desde aquella cima me sentí como un caballero descendiendo de su corcel, oteando el panorama debajo del acantilado. Desde que leí El nombre de la rosa no he podido dejar de leer todo lo que tenga que ver con el medievo, ya están en mi lista de medievalistas algunos de los mejores: George Duby, Jackes de Woff, Johan Huizinga, Henri Pirenne, y la lista seguirá ampliándose. Como decía Solón: «Envejezco aprendiendo siempre muchas cosas» en este caso he abierto los ojos a un periodo de la historia al que debemos mucho de lo que hoy es la cultura occidental. Siguiendo el recorrido y hablando de castillos medievales, visitamos el castillo de Chillon, sorprende la facilidad con que se llega a la orilla del lago por las afueras de Montreux y por otro la cuidada restauración del edificio, otro de los lugares que hay que visitar. El castillo cuenta con su foso, su puente, en este caso fijo y una plaza interior, muestra de que se trata de un burgo donde el señor protegía a la gente que trabajaba sus tierras a cambio de protección contra intrusos y malhechores. Cuenta con una sala donde encadenaban y torturaban a los prisioneros. Recipientes de madera donde la gente llegaba a hacer sus necesidades fisiológicas, el más impresionante es uno ubicado sobre un precipicio que termina en un acantilado cerca del lago, algo que en muchas partes tristemente no ha cambiado; usar el agua para depositar nuestros desechos.

Del Rhone de la parte suiza

En Lausana recomiendo visitar el Comité Olímpico Internacional, cuyo museo vale mucho la pena. Se exhiben diferentes objetos relacionados con las olimpiadas y que en su momento usaron los distintos atletas durante la competencia. Videos y demás materiales. Así como recomiendo algunos museos, otros, será mejor que pasen de largo, como en el caso del departamento de Albert Einstein en Zurich. Para llegar hay que subir un montón de escaleras, una vez arriba es poco lo que hay que ver. En una sala atiborrada de cosas, entre ellas fotos y textos que fácilmente tardaría una hora o más en leer, poco didáctico y menos inspirador. Quizás si son admiradores de Eistein y están escribiendo un libro sobre su estancia en Zurich, valga la pena. La casa que sí vale la pena visitar es la de Charles Chaplin en Vevey, además de ser una mansión enorme con jardines de árboles majestuosos, que a principios de invierno se tornan amarillos, dorados y otros han mudado por completo su follaje, cómodas bancas y amplias estancias en su interior con figuras de cera; todo ello componen esta magnífica residencia que habitó junto con su ultima esposa y sus hijos después de que no fuera bien recibido en EE.UU, debido a su película Tiempos Modernos, criticada por sus tintes comunistas.

Encontré varias tiendas de vino en los alrededores de Montreaux, Vevey, Ginebra, Berna y la sobria ciudad de Zurich. La primera tienda donde compré vino fue en Ginebra, muy cerca de la estación de tren. Se trata de una tienda grande cuya selección de vinos no pude recorrer como hubiera querido por falta de tiempo. Uno de los vinos que compré fue un Rhone del lado suizo, del cantón de Valais.

Fleur Du Rhone 2020 pinot noir de Valais. Color grosella, brillante, nariz a ciruela de boca firme, tanino bastante rugoso. Un vinito sabroso para disfrutar con quesos maduras en la habitación por la noche, después de dar más de 14,000 pasos, según la vocecita de Siri.

Otro vino destacable fue el Sólskin 2018 pinot noir AOC Argau con sus 15 por ciento de alcohol, bastante integrado aunque un poco rústico. También marida con quesos.

Para complacer el paladar de mi esposa compré un Chateau Bélingard 2016 semillon 70%, sauvignon blanc 15% y muscadelle 15% apelación de origen Monbazillac. Pajizo y brillante. En nariz: cera de abejas. De buena acidez, fluidez media. Entrada que amarga un poco, azúcar comedida. Un buen vino por 12 francos (CFH) la media botella. Con un queso brie va de maravilla, aunque puede que vaya mejor con algo más subido de tono como un queso azul.

En Berna compré un Albino 2020, Blanco di Merlot de la región de Tecino. Atendido por una señorita muy amable, que se esforzó por comprender el inglés, pensé que se había equivocado cuando me dijo que se trataba de un merlot blanco. Bastó la primera copa para desilusionarme, Nariz a espino blanco, hierba. En boca es seco, sin concesiones, plano, corto en acidez y final amargo, nada que enamore.

En Chateau de Chillon comimos fuera del castillo en una cafetería que a pesar de sus muros de vidrio y sus formas geométricas tan alejadas del medievo, no robaba protagonismo al paisaje. Una cafetería donde uno pasa recorriendo las viandas con la charola en las manos y va poniendo lo que apetezca en el camino, y al final se paga en la caja. Escogí una baguete en cuyo interior había una buena porción de queso brie y una embarradita de miel de abeja. El vino un tintito fresco y frutal cuyo cuartito de botella tuve necesidad de duplicarlo para poder hacer la sobremesa disfrutando de la vista al castillo junto al lago.

En Zúrich decidimos comer antes de que cerraran la cocina (13:00 h) entramos a Brasserie Schiller muy cerca de la Ópera, y a orillas del lago de Zúrich. Un lugar elegante, amplio con bonitas vistas, buena comida (sin que nos hiciera suspirar). De todos los vinos que probé tanto en la habitación del hotel por las noches como en los diferentes restaurantes, me decanto por uno que encontré en la carta y que no se vinifica junto a los Alpes suizos, aunque estaba obligado a probar lo que se hace in situ. Se trata de Mas Agnes, que me ha levantado dudas, ya que nunca vi la etiqueta y cuando lo busqué en internet, nunca di con él. Posiblemente se comercialice con ese nombre fuera de España, en pocos países. En la carta ponía: Mas Agnes, Garnacha, Samso Colección Privada Candrian Espanien 13 CHF 10cl. Un vino que me hizo rememorar aquellos suelos de pizarra (Llicorella) del Priorat, a mi amiga Dominic y su vino de Porrera Clos Dominic, que con tanto mimo vendimia en la escarpada ladera de su finca La Tena, esas garnachas de más de 25 años, de tronco leñoso, para más tarde vinificarlo. Mas Agnes de añada desconocida, se trata de un vino embriagador en el mejor sentido de la palabra, su entrada en boca es elegante, va seduciendo cada uno de los sentidos, todo en equilibrio, con una acidez exquisita, tanino firme y notas a pizarra, piel de Rusia, trufa y fruta negra de la mejor calidad. Hoy mismo voy a buscar una botellita.

Es momento de despedirme, si es que me acuerdo de otros episodios del viaje que valgan la pena, habrá una segunda parte.

Abur