Hace más de quince años empecé a darme cuenta de la diferencia entre los vinos sobre-extraídos de alcoholes altos, taninos rugosos, en algunos casos parecidos a la lija para limpiar el óxido del acero, y por el otro lado la sutileza de los vinos que han pasado por una oxigenación lenta en barrica usada que más que aportar taninos, liman los de la uva. Nada nuevo, ya hace tres décadas o quizás menos empezaron con la barrica nueva y bien tostadita de manera indiscriminada, sometidos a largos periodos de crianza. Dos mundos diferentes, cada uno con sus adeptos.
Pues hoy mr. Gerschman ha dado señales de cordura, ha escrito en su columna «Vinos» algo titulado «Ancho y Largo» y apunta entre otras cosas lo siguiente:
«Alguna vez les platiqué de aquella época en que el consumidor, en convivencia con el enólogo, buscaba vinos de mucha concentración y volumen. Y de cómo la balanza se está volviendo a equilibrar con una mejor apreciación de la elegancia en tanto que criterio central».
Para un hombre que ha pasado casi toda su vida halagando los vinos sobre-extraídos, concentrados y todas esas características de los vinos modernos, no es asunto menor. Nunca hubiera pensado que saldrían de su pluma tales reflexiones, sobre todo cuando habla de volver al equilibrio. Me acuerdo cuando en alguna ocasión criticaba de manera feroz los vinos de López Heredia… Siendo ejemplo de uno de los vinos más clásicos y refinados que aún se vinifican en Haro (Rioja).
Yo esperaría que por un lado los productores se den cuenta de que los consumidores también piensan en la sutileza, elegancia y equilibrio, y por otro; que no desaparezcan los vinos modernos sin excesos, porque no todo lo que tiene color tinta china, ribete cardenalicio y un precio de más de cien dólares es malo.