Archivos para octubre, 2019

El día que comí la deliciosa lubina al horno en La Chalana mi hija se despachó un arroz con gambas y lo acompañamos todo con  un Minius 2007. Un godello de la D.O. Monterrei, sus 13,5 de alcohol los tiene muy bien integrados, una acidez exquisita que va muy bien con el pescado y las gambas.

Antes de emprender mi periplo por España había bajado por Internet el libro La familia  del Prado del escritor Juan Eslava Galán, por tres buenas razones: la primera es que no lo pude conseguir editado en papel, la segunda es que es un escritor ilustrado que sabe mucho de historia (sobre todo la de España) y como andaba buscando algo para entender mejor el contexto de las pinturas del Prado y todo aquello que tiene que ver con las distintas dinastías de la corona española, pues me vino como anillo al dedo. Y el último es que me gusta viajar ligero y las tabletas o dispositivos electrónicos para leer son una maravilla. ¿Qué aprendí…? pues no merece la pena hacer un resumen del libro, ya hay muchos sitios en la red dedicados a eso. Pero sí quisiera destacar el grado de consanguinidad entre las casas reales europeas que han provocado entre otras: leucemia, prognatismo, tara… Si no,  que le pregunten a Carlos II quien cierra  la dinastía de los Austrias en España, y como dice el autor:

«Su autopsia desveló que no tenía el cadáver ni una gota de sangre; el corazón apareció del tamaño de un grano de pimienta; los pulmones corroídos; los intestinos putrefactos y gangrenados; un solo testículo, negro como el carbón y la cabeza llena de agua» (…) «producto final de docenas de cruzamientos consanguíneos a lo largo de unos cuantos siglos»

Así que el prognatismo de los Austrias cuyo representante más famoso es el emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico (Carlos V) es un juego de niños a comparación de los padecimientos de su predecesor. Otro detalle que no rectificaron a pesar de tantos intentos es que «las sangrías» para lo único que servían era para debilitar aún más al enfermo. A pesar de ello se aferraban casi todos los  galenos de la corte en ponerlas en práctica a diestra y siniestra; llegando al extremo y como  último recurso, a colocar en la cama al lado del enfermo las momias de san Isidro y san Diego. Un libro muy ameno con una buena dosis de humor negro.

El domingo fuimos a misa a la Almudena, una de las catedrales más recientemente construidas si la comparamos con las románicas y góticas de algunas provincias. Construida apenas en el siglo XIX no deja de ser una catedral majestuosa, una misa aquí nos hace admirar aún más esta edificación: el coro, el enorme órgano, las voces retumbando por las amplias cúpulas y sus anchos muros… Indudablemente le da un aire místico a la ceremonia.

En  recorridos más mundanos invité a mi hija a dar un paseo por el Rastro, la verdad es que imaginaba encontrarme con objetos menos ordinarios, pero los puestos de ropa, bolsas, cinturones, hicieron sentirme como en cualquier otro mercado de pulgas con la ausencia de los artículos antiguos que pudieran encontrarse en  algunos lugares más interesantes. Con todo y eso nos desviamos unos pasos hacia un puesto de libros de viejo donde encontré al primer vistazo la primera edición de Judíos, Moros y Cristianos, de Camilo José Cela. Al preguntar por el precio la primera impresión fue que el anciano desdentado que lo vendía no tenía idea de lo que estaba pidiendo: 5€ me contestó, sin poner mucha atención. ¡Tres! le sugerí, pero cambiando de tono me respondió: ¡Es una primera edición…! No me quedó otra más que pagar y retirarme un poco avergonzado. Días más tarde en Alcalá 123 (Librería García Prieto) una señora muy amable encargada de una librería preciosa con joyas encuadernadas en pergamino del siglo XVIII, me comentó que Camilo José Cela no era un autor que se cotizara muy alto, por lo que esa primera edición podía rondar los 20€. No está nada mal, pero no se acercaba ni de lejos a mis sueños guajiros de poder venderlo  más tarde en un número con tres cifras.

No faltó aquello de: "Está prohibido hacer fotos, pero por tratarse de un visitante de tan lejos..."

No faltó aquello de: «Está prohibido hacer fotos, pero por tratarse de un visitante de lejos…»

Hablando de libros, tenía muchas ganas de conocer la Librería Bardón. «Librería para bibliófilos» anuncia en su sobria marquesina. Así que guiado por mi hija y ella gracias a Google maps llegamos en diez minutos a pie. El trato fue mucho más frío que en García Prieto, sin llegar a la descortesía. Una antesala cuyos muros están forrados de libros encuadernados en piel y pergamino, con sus lomos de vivos dorados. ¿Qué se les ofrece…? Al parecer había que ir al grano, así que no me quedó otra que decirles que tenía ganas de conocer su tan afamada librería. Con gesto flemático agradecieron secamente el piropo y siguieron en sus quehaceres, no sin antes ofrecernos ayuda para localizar alguna costosa edición decimonónica. ¿Alguna primera edición de García Márquez…? pregunté tímidamente. Bueno, tenemos muy pocos libros tan recientes, los que menos, se remontan al siglo XIX junto con algunos incunables. Sin embargo tenemos una tercera edición de Cien años de Soledad en algo así como 60€, si la memoria no me falla. Después de una pausa seguí admirando aquellos libros que seguramente algún día estuvieron en estantes de maderas preciosas de la biblioteca de algún letrado de antaño y que a la hora de su muerte su parentela corrió a vender, yéndose con la primera oferta por indecorosa que fuera. Otra librería que visité un par de veces fue La Casa del Libro, ubicada frente a la entrada de El Corte Inglés, aunque también visité la de Gran Vía 29, me gustó mucho más la de Calle del Maestro Victoria. Tres pisos para mi solo con un amplio surtido en historia y filosofía; dos temas que me han interesado desde hace unos años sin dejar atrás claro está el vino y la gastronomía. Con poco margen por el peso de las maletas compré sólo 4 libros, entre los que está una edición de Espasa-Calpe: Enciclopedia Culinaria La Cocina Completa de María Mestayer Echagüe, muy completa, yo diría completísima. Podría asegurar que es imposible preparar todas y cada una de las recetas en lo que me resta de vida, pero ya empecé. A mi llegada preparé un arroz  con cordero, que no es por nada, pero dejó a mi familia chupándose los dedos. Otra librería que me llamó la atención fue la de El Corte Inglés en la calle de Goya. Una librería con una gran cantidad de títulos para ser una cadena de tiendas departamentales, que sólo puede existir cuando la gente lee.

Muy cerca, Casa Escudero es una tienda de antigüedades, decoración y regalos, en Alcalá 76. Que al pasar no llaman la atención  sus aparadores, pero que en el fondo de la tienda tienen unas pinturas magníficas de autores de mediana talla. Con gusto hubiera traído a casa la pintura de un paisaje montañés con todo y un caserío que capta la serenidad de la vida en el campo. Con un precio superior a los 4000€ además de que es imposible enrollar por su estado, ya que se trata de un óleo viejo cuyo marco es parte imprescindible de su valor.

Pasadizo de San Gines

Pasadizo de San Ginés.

A la salida del hospital la estudiante de medicina, o sea mi hija, ya tenía hambre igual que un servidor, así que me llevó a un lugar que acababa de pasar de camino a donde yo la esperaba. La Tasca del Retiro. Un lugar limpio, bien iluminado y con comida sabrosa. Comida corrida por algo así como 15€ por persona, la verdad es que no abundan los chollos, y por menos de eso no hay mucho dónde escoger. Yo pedí merluza en salsa de tomate y la doctora pollo al azafrán. Vino me parece que escogí media botella de Cune crianza, que igual que en México, es un vino que no falla.

Ahora va de museos, además del obligado Museo del Prado, visité dos más no por falta de ganas sino de tiempo. El Museo de Historia de Madrid, ubicado en pleno centro a la salida del metro Tribunal. Es gratuito y vale la pena ver la enorme maqueta de Madrid escala 1:1250 siguiendo los planos de 1656.  Hay algunas pinturas pero la que más me ha gustado:  La muerte del Conde de Villamediana, cuyo autor debo confesar que no conocía, Manuel Castellano. Ese juego de sobras y luces del candil es simplemente impresionante, así como el gesto de cada uno de los personajes alrededor del conde. Tenía intenciones de ir al Museo Naval ubicado muy cerca de Cibeles pero siguiendo la banqueta del otro lado, y con la intención de llegar al Reina Sofía, me topé con el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Un museo espectacular que desde la entrada no puede uno imaginarse la cantidad de salas que ostenta. Pagué 13€ aunque pudieron haber sido 30€ con derecho a entrar al Reina Sofía y El del Prado. Así que como era mi ultimo día tuve que limitarme a uno solo. En un museo de estas dimensiones deberían  estar muy bien resueltas las circulaciones, así como las indicaciones del sentido a seguir. Pues a la mitad del recorrido me perdí, y tuvo que dar varias vueltas ya con las piernas y pies deshechos, el último día de visita no sería para menos. Empieza con una muestra de pintura sobre madera del siglo XI y XII hasta mediados del XX con obras de Dalí, Kandinsky Eduard Hopper esculturas de Rodín, y verdaderas maravillas de Monet,  Renoir, Rembrant, Rubens, Durero entre muchos otros clásicos. Todas en estricto sentido cronológico, si es que no se pierde uno antes en alguna sala, ya que cada una tiene un par de salidas y al estar la gente distraída es fácil perder el rumbo. Así concluyo con la visita a museos.

tapita

Tapita a las 11:00

El primer día cuando llegamos en metro del aeropuerto a la estación Príncipe Pío camino al piso de alquiler a orillas del Manzanares, en una colonia de nivel medio. Recorrido a pie de varias cuadras donde pasamos entre otros negocios;  Sidras Casa Mingo, casa fundada en 1888. Como nuestra llegada  había sido  alrededor de las 2:00 la gente comía plácidamente con una buena hogaza y botella de vino en la mesa. De inmediato comenzaron a dar un concierto mis tripas sin darme tregua. Pero no fue hasta el tercer o cuarto día que entramos ya muy tarde a cenar. Se trata de un menú fijo de pollo asado, jamón de cebo, tortilla, queso, chorizo, ensalada y poco más. Me recordó a los lugares de antaño donde se ofrecían buenas raciones a precios razonables. Queda uno satisfecho sin la idea de haber sido timado por las miserables raciones y por los precios de hipoteca. Pero hubiera sido mejor en la comida, ya que a estas alturas el estómago se vuelve perezoso después de las siete de la noche. Así que tuve que echar mano de la sal de uvas.

Ahora que está tan de moda, no sólo en España, sino en muchos otros países occidentales como México darles maquilladamente  una cara moderna a los mercados tradicionales respetando algunos detalles de lo antiguo. Conocimos el mercado de San Miguel, que seguramente en el pasado remoto pasé de largo. Un sitio como todos los de su clase: abarrotado de gente joven de pie, buen ambiente quitando la caótica aglomeración de espíritus y humores, y de precios bastante abusivos. No es lugar para mi pero reconozco que a mi hija le encantó. Una vez que pides algo en la caja debes circular para no estorbar la vista de los iluminados aparadores. En el otro extremo está El Botín, el restaurante abierto más viejo del mundo. Pasamos por la calle de cuchilleros, pero además de que estaba cerrado, yo ya lo conocía y para ser franco no fue una experiencia que me hiciera levitar. Así que volvimos a La Chalana, esta vez me devoré un Xargo mariscado, nada mal, buena cocción y materia prima de primera, pero los mariscos que lo acompañaban bastante raquíticos. Me quedo con lo que probé la primera vez esa Lubina al Horno. Esta vez bañado por un tinto, otro vino resultón: media botella de Marqués de Cáceres.

Como pudieron observar no iba de muchas vivencias con vinos raros o joyitas que se suelen beber por estas tierras. No descorché un San Román o quizás un Contino, ni siquiera un jerez, pero como suele decirse la compañía hizo que lo poco bebido haya sido muy satisfactorio, y no se diga de algunos platillos como aquel pulpo a la gallega o la lubina al horno.

Por alguna extraña razón hay un momento en el viaje que me hace sentir cierta nostalgia, y es que ya van tres ocasiones con esta,  que no visito el norte; aquel pueblito que vio nacer a mi padre pero que además ya la poca familia que lo habita es muy probable que tenga muy pocas cosas en común. Tíos y primos ya han muertos casi todos, aunque no pasaran al olvido.

Aquí llega el final de mi reseña, guardando imborrables recuerdos de esta magnífica tierra.

Por catorce largos años había recordado, no sólo lo vivido en Madrid, sino sus alrededores. Con un espíritu bucólico que siempre me ha caracterizado, me han llamado infinitamente más la atención los pueblos y aldeas donde la mayoría de la gente se conoce y se respira aire puro. Poblaciones surcadas casi siempre por un río de mansas aguas y peces en la orilla sombreada por filas ininterrumpidas de chopos. Pero en esta ocasión el destino me ha dejado disfrutar esas tierras por sólo diez días, de ahí el título de la entrada. Apenas he salido a asomarme por Segovia y Ávila. Esta última rodeada por su gran muralla de finales del siglo XI y cuya altura rebasa los 12 metros, pero aun más impresionante es su recorrido intacto de 2.5 km y 3 m de espesor. Poseedora de La primera catedral gótica, cuyo ábside es parte de la muralla. Debo reconocer que no es de las más bellas, o por lo menos así me lo parece, simplemente la de Nuestra Señora de la Asunción y San Frutos de Segovia es mucho más bonita y majestuosa. Me da la impresión de que además ha tenido un esmerado trabajo de mantenimiento por la limpieza de la piedra. Segovia cuenta con la última catedral gótica de principios del XVI (1525). Con algunos detalles románicos a pesar de que para esa época ese estilo ya no pintaba en la arquitectura. Por otro lado su Alcázar al final del recorrido por la cuesta lo deja a uno sin aliento, rodeado de ese maravilloso paisaje castellano repleto de cereales y nubes que se esconden por el horizonte.

Pero hablemos un poco de vino y los manjares que se pueden encontrar en los bares de tapas y comedores, estos últimos, casi siempre ubicados al fondo o un piso debajo donde se respira un aire más tranquilo y formal. A grandes rasgos recorrí las calles madrileñas con poca curiosidad culinaria, acompañado de mi hija, llevado más por el hambre que por el antojo. Donde empezaban las tripas a dar un concierto, nos deteníamos a buscar dónde sentarnos y recargar baterías. Aunque ella ya había estado en estas tierras con poco menos de un año de edad, su «redescubrimiento» de Madrid fue algo que disfrute como si fuera mi primera visita. Aunque el espíritu hispanófilo que me acompaña me ha llevado a dar varios brincos al Atlántico en los últimos treinta años. El primer día hicimos un recorrido obligado para turistas con cámara fotográfica colgada al cuello y una gorra para cubrirnos del sol. Aunque ahora se goza de Google maps, fueron pocas ocasiones las que tuvimos que echar mano de esa increíble herramienta, con excepción de aquellas en las que queríamos llegar a lugares menos frecuentados por los turistas.

Llegamos a La Puerta del Sol donde  la foto con la Osa y el madroño así como en  la estatua ecuestre de Carlos III son los puntos más codiciados por los japoneses, a pesar de eso, pudimos sacar algunas impresiones. Antes habíamos entrado a una de mis tiendas favoritas: Casa Diego, donde en la última visita compré un cayado de madera parecido al tejo que aún conservo. Existe una variedad de sombrillas, abanicos, sombreros etc. que merece la pena visitarla. Rumbo al suroeste pasando por algunas pintorescas calles llegamos a la Plaza Mayor, lugar que como en muchas otras ciudades ha sido lugar de comercio, de corrida de toros, de ejecuciones en la Inquisición y que hoy los turistas disfrutan con una buena porción de calamares fritos y una caña. En algún punto del viaje invité a mi hija a sentarse en esta misma plaza  para disfrutar del café a media tarde. Pagué 7€ como necesario recordatorio para saber que la muchedumbre en estos lugares hacen que suban ofensivamente los precios. Por último tuve la pésima idea de parar en El Museo Del Jamón  en La Gran Vía, una de tantas sucursales, pero que ésta en especial me recuerda aquel día que entramos mi esposa y yo con mi hija en carriola, la pobre se quedó dormida con un trozo de pan en la mano mientras sus padres se atiborraban de jamón, pan y vino. Esta vez fue diferente: camareros apáticos, tapas hechas sin esmero y con materia prima de segunda. Una mesa al lado nuestro de una familia de norteamericanos se levantó después de esperar diez minutos a que el mesero se plantara a pedirles la orden. Hemos comido mucho mejor y más barato en varios lugares de alrededor.

Al Museo del Prado hay que ir por la mañana temprano con mente despejada, un par de zapatos cómodos, de preferencia tenis, bien hidratados y haciendo una planeación de no más de 2 horas por ronda para volver a cargar baterías pasando por la  cafetería por algo de comer y beber, además de reposar las piernas. Así fue cómo, para entrar, mi hija desde su celular compró los boletos y entramos en sólo 5 minutos después de haber intentado a la vieja usanza: formados en una enorme cola.  Luego de atravesar la sala vestibular cualquier ser humano con cierto grado de  sensibilidad se remonta al pasado. Mi plan era Goya y Velázquez sin menoscabo de Zurbarán, Murillo, Rubens, El Greco, pero confieso que mi objetivo quedó ampliamente saciado, sin que por esta razón no pudiéramos admirar por el camino la pintura italiana de los  siglos XIV al  XVIII: Rafael, Tiziano, Caravaggio… Como es de esperar la sala donde se exhibía «La maja vestida» y «La maja desnuda» estaba abarrotada por dos grupos de orientales con sus respectivas guías. Haciendo un esfuerzo extraordinario pude tener la suficiente paciencia para esperar a que se despejara y admirar de cerca las que sin duda son las pinturas de Goya más famosas. » Las meninas» fue otro cuadro que requirió de una dosis extra de paciencia. Este museo se puede visitar infinidad de veces, pero siempre se encontrarán motivos para quedar asombrado con las pinturas y esculturas realizadas por aquellos maestros virtuosos que rayan en lo imposible y de quienes quedan muy pocos de su categoría, a pesar de llegar a la friolera de 7 mil millones de habitantes en este caótico mundo. Saliendo del museo nos dispusimos a buscar un buen restaurante para cenar, le habíamos echado el ojo a uno que quedaba algunas cuadras de allí, pero durante el trayecto nos atrajo uno que está en la calle Cervantes número 28 para ser más precisos, a una cuadra del Paseo del Prado. Se trata de El Barril de las Letras, un lugar encantador cuya atmósfera invita a la sobremesa y  cuyos platillos y ambiente hacen que pase por alto pagar lo que se tenga que pagar. Y es que el pulpo a la gallega exquisitamente preparado bañado con un albariño, de Martín Kodax; nada qué suspirar pero guardando una acidez que va muy bien con los mariscos. Su cocina tiene una  tendencia a mariscos del norte: Galicia y País Vasco.

Sin estricto orden cronológico, otro día paramos a comer a Casa Parrondo, muy cerca de la Plaza de las Descalzas. Se trata aunque no parezca de primera, de dos locales uno frente a otro, con el mismo nombre aunque uno de ellos, el más apretado al que después de que nos levantaran de la mesa «porque ya había personas esperando…» salimos sin mayor explicación, sin darnos cuenta que el de enfrente era el mismo, aunque éste es un poco más amplio y limpio. Como traía ganas de cocido, me comí uno gallego. Bastante sabroso con media botella compartida con mi hija, de Piérola crianza 2015, bastante tánico pero resultón con la grasa. Había muchos lugares que se concretaban en dar a escoger dos: Ribera o Rioja, como si fuera así de sencillo… Es a lo que ha llevado la gran cantidad de vinos exportados a todo el mundo de estas dos regiones.

Cambiando de derroteros hacia lugares más turísticos visitamos el Palacio Real con todo y su vetusta cocina. Un museo en términos prácticos donde la actual corona española sólo va de vez en cuando a cenar, pero cuyos alimentos no se preparan en la anticuada cocina que nos mostraron; llena de utensilios de cobre y pinzas de acero, pasando por hornos, jarras, platos y copas de todas formas y tamaños. Hoy la cena se hace en otra parte del palacio, testigo a comienzos del XVIII de la primera dinastía de los Borbón con el recién estrenado rey Felipe V.

Con la media de vida para los hombres de 82,6 años de las más altas en Europa,  es fácil imaginar que la buena comida, el clima benigno en comparación con latitudes más septentrionales, y el buen humor de los españoles, hacen su vida más llevadera y longeva. A pesar de lo que pudiera pensarse a la hora de comer unas buenas lonchas de jamón veteado de la mejor calidad con un fino al lado. Además, aquellos años donde se respiraba el aroma a tabaco oscuro en los bares y que las colillas junto con el aserrín abundaban en las tascas y algunos bares, han quedado en el olvido. Hoy los fumadores deben salir a la calle a fumar, como en cualquier otra parte del mundo occidental, donde se ha dado una batalla muy dura en contra del tabaquismo.

Hay restaurantes que la mera casualidad hace que entremos en su comedor, y otros que son sugerencia, y que pocas veces fallan. Ese fue el caso de la recomendación de una amiga y su esposo que viven en Madrid. No se dejan llevar fácilmente por la ola turística. Se trata de un restaurante no muy vistoso, muy cerca de la Plaza de España. La Chalana, uno de mis favoritos este viaje, donde incluso repetimos. El primer día que lo visitamos pedí una soberbia lubina al horno, una delicia que se deshacía en la boca con un culín de sidra  para después pedir una copa de godello muy vivaracho. Yo siempre me había imaginado que la sidra a granel se escanciaba, pero el caso es que había unos despachadores en las paredes para servir un culín por 70 céntimos. Fue lo más parecido a aquellas sidras escanciadas con sabores salinos que refrescan y bajan la grasa mientras se le da una cucharada a un buen plato de  fabes con almejas.

Pero con tanto que he contado y tanto qué contar de estas experiencias se me ha abierto el apetito, así que lo dejaré para una segunda parte, ya que además todavía hay material de sobra.  ¡Abur!

(Continuará)