The Sutton Place Wine Merchant, en el 855 de la calle Burrard.
Casi seis horas en el aire desde Ciudad de México para llegar a la principal ciudad del oeste canadiense, también dicen por ahí que es la más cara de América, y donde más asiáticos se dejan ver por todos lados, tanto visitantes como locales. Una ciudad cuyo crepúsculo llega después de las cuatro de la tarde en esta época del año, y cuyo clima lluvioso invita a estar cerca de la hoguera con una buena copa de amontillado.
Se percibe un cierto dejo europeo que por momentos parece uno estar caminando en Barcelona, sin dejar por otro lado la sensación americana de sentirse empequeñecido por los grandes rascacielos. Al observar por las calles del centro una buena dotación de tiendas de vino, pensé que la oferta sería variada. Debo aclarar que sólo entré a una de ellas que estaba a unas cuadras del hotel. Se trata de The Sutton Place Wine Merchant, una tienda muy elegante que a pesar de sus grandes aparadores, apenas si dejan ver algunas cositas. Pero contaré lo que compré después de referirme a Whistler, mi primera escala. Fuera de mucha nieve acumulada en los puntiagudos techos y laderas de montaña convertidos en paisajes navideños, con sus amplias instalaciones para quienes aman el esquí, no ofrece mucho más a quienes no vamos precisamente a practicar este deporte. Con el espléndido paisaje por la ventana y un pint de Guiness en la mano, al calor de la chimenea las cortas tardes se vuelven inolvidables.
Restaurantes: nos habían recomendado Araxi Restaurant & Oyster Bar pero el día que nos enfilamos hacia allá, alrededor de las 8:30, nos advirtieron en la entrada que la cocina estaba por cerrar. Además de que sólo estábamos dispuestos a satisfacer el hambre con algo que valiera la pena, sin rebuscamientos, es decir no abundaba el espíritu aventurero de conocer nuevos establecimientos caminando a -9 C° sumado a los precios altos en las cartas. Nos enfilamos a otro lugar dentro del mismo complejo de pequeñas tiendas y restaurantes frente al hotel Aave, donde nos hospedamos. Un lugar acogedor que más que un hotel parece un refugio de invierno; pequeño y confortable de techos inclinados y eternas chimeneas encendidas. Pues decía que frente al hotel cruzando la calle fuimos a parar a The Old Spaghetti Factory un lugar comercial pero que no decepciona a nadie, excepto por el servicio, aún tomando en cuenta lo abarrotado que estaba esa noche y que nuestra mesa era de diez personas. Una versión del Italianni’s en México. Cenamos pasta y ensalada con un Novas Gran Reserva de la bodega Santa Emiliana, que por ningún lado apareció la añada. Este chilenito orgánico de carmenere y cabernet sauvignon se portó a la altura e hizo su trabajo al maridar con la pasta. Bastante frutal y de buena acidez, creo que no hay mucho que agregar además de que su precio de 25 dólares canadienses en restaurante es bastante comedido. Un detalle que me llamó la atención fue que en las diferentes cartas de vinos que pasaron por mis manos en distintos establecimientos, no encontré una oferta decente de Icewine. Apenas si asomaba por un rincón el nombre de vidal: esa uva blanca híbrida que surge del cruce de la ugni blanc o trebiano italiana. Uva utilizada principalmente para la elaboración de brandy. Pues dicho sea en esta ocasión no probé ninguno.
En la única tienda de vinos de los alrededores que en realidad era una vulgar liquor store, con anaqueles de vino californiano, australiano y uno que otro europeo de medio pelo, encontré un Moselland Piesporter Michelsberg Riesling Kabinett 2016. Color amarillo verdoso, aroma a pera y durazno, boca sutil con un gusto cítrico y de final largo. Muy sabroso para beber una copita por las tardes en la habitación leyendo al inglés católico Chesterton. También compré un Chenas Quartz 2014 de Domaine Piron un tinto que desde que lo descorché hizo alarde de su carácter animal: caza con pelo, almizcle, ahumados… con el tiempo fue moderando sus instintos animales, pero nunca perdió su carácter. Una noche visitamos un bistro que me pareció bastante cutre, aunque debo reconocer que la disposición del mesero y la comida eran sobresalientes, a tal grado que el vino pasó al anonimato, aunque me parece que fue un malbec correcto, muy frutal que bañó un rico salmón en una salsa que nunca pude descifrar y que casi nunca pregunto de qué va, para no obtener respuestas confusas, como si me fuera a robar la receta… ¿Yo?
Ya de regreso a Vancouver debo enfatizar que el paisaje que se puede y debe admirar durante las dos horas de camino, es precioso, con unos acantilados y agua a punto de la congelación y también nieve por doquier, ya sea en ríos, riachuelos y lagos que nos remite a los recuerdos que llevamos muy hondo en la memoria de cuentos navideños leídos antes de la hora de dormir. Sobre todo para quienes vivimos en climas cálidos más cercanos al Ecuador.
Llegando al hotel mi estómago había dado ya varios conciertos de viento y percusiones… Así que sin perder tiempo nos lanzamos al único restaurante que había dentro del mismo: YEW (sea food & bar). Minimalista y de techos muy altos… Salmón en una cama parecido al cuscús fue lo primero que vi en la carta y un borgoñita que me guiñó el ojo. Dentro de la sección de «Sparkling» había cuatro: un prosecco, Luna Argenta, un rosé Summerhill Pyramid Winery de Okanagan Valley, después me enteré de que era canadiense (British Columbia), un Gruet Brut de Albuquerque y por último un vino con pedigrí: Pol Roger Cuvee de Reserve. Éste quizás sea el único pendiente que quedó en la lista. Me fui directo a los tintos y pedí un Roux Pére & Fils, La Moutonniére 2015, un borgoña de medio pelo, pero que no deja de ser un borgoña. Muy juvenil, firme, frutal, dejando algo de fondo a tierra mojada, de excelente acidez, tanino mullido y de final largo.
Hubo varias visitas a museos, un día lluvioso me escapé a pie a la galería de arte que ostenta el quinto lugar en extensión de todo Canadá, fundada en 1931. Pude admirar varios retratos, muchos a lápiz otros carboncillo y la mayoría propiedad de la colección real del Reino Unido, entre muchas otras obras como retratos al oleo muy expresivos y con un manejo de la luz impresionante. Recomiendo también el acuario, y un jardín iluminado con millones de foquitos navideños, pero que sólo exhiben en diciembre y principios de enero. Siguiendo con nuestro recorrido vínico-culinario esa noche del jardín iluminado cenamos en Cáctus Café. Un lugar para jóvenes. A media luz pero con mucho ruido, apretado, la comida es buena y los precios un poco inflados. Pedí un salmón con salsa de Dijón que llevaba también alcaparras y cebolla caramelizada, muy bueno pero no tanto como el de YEW en el hotel Four Seasons. No dejé pasar una sola oportunidad para probar salmón en todos los restaurantes que lo incluían en la carta, cuando llegué con los análisis clínicos en mano y se los presente a mi cardiólogo, estuvo a punto de darme un aplauso. Parece mentira pero ese salmón subió el colesterol de alta densidad a 40 puntitos, que para quienes luchamos con mantenerlo alto es toda una proeza.
Bocatto di cardinale
Una noche salimos del estacionamiento caminando de regreso al hotel y fuimos a dar milagrosamente a un restaurante muy concurrido y con muy buena pinta: Italian Kitchen. La carta es amplia y lo que pedí fue exquisito; un Seafood Linguini, que llevaba escalopas, langosta, langostinos, vino blanco, tomates asados, alcaparras y aceitunas sicilianas. Simplemente la mejor pasta de mariscos que he probado desde que tengo memoria, aunque yo sugeriría una ración más generosa.
Otra de tantas frías mañanas, pero sin llover, me fui caminando hasta la tienda de vinos que estaba a un par de cuadras. The Sutton Place Wine Merchant. Cuando llegué a la puerta estaba cerrado y tuve que esperar unos minutos mientras daban las once. Momento para conversar con una vancouverita de mediana edad que me dijo en tono muy amable que se trataba de una tienda con buena selección y los encargados de la misma muy dispuestos. Ni una ni otra. Vinos alemanes sólo cuatro, borgoñas y algo más. Pero haciendo un minucioso recorrido por los estantes, sin la ayuda de las asistentes ya que sus respuestas eran frías y cortantes: ¿Do you carry Morgon from Marcell Lapierre…? ¡No! Además de su rostro esculpido en piedra… Raro en Vancouver donde nos recibieron casi siempre con una sonrisa. Al final, después de poco más media hora de búsqueda, compré cuatro botellitas interesantes que no encuentro ni de broma en México, con excepción del Gigondas. La lista es corta: empecé con otro Morgon que nunca he probado: Piron Morgon Cote du Py 2015, un Gigondas Chapoutier 2015, un Granit 30 Cornas 2015, un Côte-Rôtie 2014 y por último de cuatro filas de vino alemán, escogí un Dr Lossen spätlese riesling también de la misma añada. Al salir de la tienda ya estaba lloviendo. En un futuro habrá ocasión de ir comentando lo descorchado, después de un largo reposo en la cava.