Ayer por la tarde fue otro domingo de confinamiento parcial, abrí una botella de Chillon, regalo de mi hija. Se trata de un vino suizo. En realidad me ha regalado dos botellas, la otra es un blanco que comentaré una vez que la descorche.
Se puede leer en la contra-etiqueta:
Un emblemático castillo enclavado entre un lago y montañas, testigo de mil años de historia: escritores, artistas y viajeros inspirados en sus muros ancestrales y sus paisajes alrededor del lago Ginebra. La mezcla de pinot noir y gamay da al Chillon Reserve un color de cereza negra, sutiles aromas de tierra, arbusto y especias.
Suiza tiene una producción anual aproximada de 95 millones de litros en 15 mil hectáreas. La mayoría de los viñedos están en la parte oeste. Las primeras semillas de uva vienen del neolítico entre 3000 y 1800 años aC. encontradas en St-Blaise Neuchâtel, uno de los 23 cantones que componen este país alpino.
Lavaux una de las 6 regiones de Vaud, segundo cantón en importancia en la producción vinícola, de donde procede este vino, tierra donde prospera la gamay.
Chateau de Chillon 2018. Hablando de este vino en particular, me gustó mucho su frescura en nariz, muy frutal, con recuerdos de bayas, ciruela negra, y aromas térreos. En boca entra muy suave pero al final amarga, superando mi umbral. Aunque con un buen queso maduro maride muy bien. En este caso lo acompañé con una ensalada muy sencilla de lechuga, tomate, aguacate, queso fresco y un poco de atún, rociada con aceite de oliva y vinagre balsámico. Un vinito repetible y que quizás con más vidrio o una buena decantación pueda limar esos taninos y disfrutarse mejor. Aunque tampoco estoy seguro de que ese amargor al final venga de los taninos, ya que de entrada es más amable. Así transcurrió una larga tarde de primavera.