Qué sería de un aeropuerto moderno sin sus tiendas «duty free», sin sus pasillos repletos de gente sin rumbo, sin asiáticos comprando vino caro y tomando fotografías por todos lados, sin el carrito de golf por los pasillos con la señora gorda desbordándose, sin sus vuelos cancelados o retrasados… Si conoces un aeropuerto sin estas características, no es un verdadero aeropuerto, y si lo conoces, ya conociste todos. Hoy, los más importantes han perdido poco a poco su identidad.
Los ascensos de clase económica a business class forman parte de las nuevas políticas en las tan decaídas aerolíneas. Un golpe de suerte hizo que mi rechoncha figura viajara cómodamente en business class desde México a Frankfurt sin desembolsar un quinto, disfrutando de las comodidades y del champán, así como un riesling troken muy floral y limpio que más tarde encontraría a la venta en el aeropuerto. Se trata de un Franconia riesling Burgüerspitale troken 2008, cuyo precio me sorprendió aún más: 9 €. Al haber tenido tan reposado viaje y tiempo libre de sobra en el aeropuerto, busqué con optimismo algún vino alemán que valiera la pena para llevar y disfrutar en el cuarto de hotel, en Dublín. Para que de regreso; ya sea que comprara las mismas botellas o cambiara por otras mejores, debido a la escala de regreso en la misma ciudad alemana. La primera tienda grande me atrajo como la presa al sabueso.
Al igual que todas las tiendas «Duty Free» de tamaño familiar; tiene su sección de perfumes, aparatos electrónicos, accesorios de piel… pero lo que buscaba estaba más cerca de lo que pensé. A un lado del pasillo estaban las botellas de vino, muy bien formaditas, iluminadas y rodeadas por asiáticos cual enjambre en un prado lleno de flores. Me hizo gracia una japonesa colocándose una botella de Faustino V a unos centímetros de su sonriente rostro para que su pareja perpetuara la imagen con su moderna cámara digital de última generación. Nunca me imaginé que en Japón fuera un vino de culto.
Los precios de la mayoría de los Burdeos son de verdadero escándalo. Después de sorprenderme por lo que piden por la añada 2007, los pronósticos para la 2009 parecen una escalada brutal a precios impagables. Margaux 2007, 495 €. Lafite misma añada 499 €. Del otro lado del anaquel encontré lo que buscaba. Vino alemán a precios comedidos.
De entre una veintena de ellos, escogí un Krebs Crode 2008 Spätburgunder Spätlese, Rotwein Troken. Ojalá que su copioso y kilométrico nombre hubiera sido directamente proporcional a su contenido. Un vino desconcertante: nariz a barro, notas de grosella y algo de naranja. Boca diluida sin acidez, tan diluido que parecía que le habían agregado agua. La otra botella de la misma marca y añada fue un riesling troken Gutsabfüllung. Vino floral, cítrico de boca refrescante con excelente acidez, pero tampoco para repetir. De regreso a la tienda he metido a la canasta un par de estilizadas botellas; ambas repletas de medallas y reconocimientos, cosa que me hizo dudar. Anselmann Trockenbeerenauslese Ortega 2005, y un Anselmann Eiswein Riesling 2008. Me llamó poderosamente la atención la uva Ortega, un nombre en concordancia con una región de Castilla y León, más que de un vino alemán Trockenbeerenauslese. Hasta aquí mis variopintas experiencias en el aeropuerto.