El segundo vino que me dejó con la boca abierta, lo descorché con motivo del Día del Padre, fue un Trimbach Riesling Cuvee Frederic Emile 2001. Habrá quienes lean esto y piensen que un blanco de 13 años lo único que puede aspirar es a tonos casi marrones, completa falta de acidez y de fruta… Sería válido para muchos vinos que hoy circulan por el mundo fuera de los grandes Montrachets o Chablis, Chateau D´yquem y otras rarezas. Perooo, Alsacia ha demostrado tener todo para vinificar sin crianza en madera o muy poca, para lograr vinos que maduran como los grandes y que tienen mucho que dar en sus primeras dos décadas de su vida. Este Trimbach, que dicho sea no es el de gama baja, deja ver la grandeza de la riesling; con una acidez sublime, con una nota «amarga» al final muy sutil, que lo hace elegante y refinado, aromas térreos y de fruta de primera calidad, una delicia con su característica de queroseno en nariz. Para guardar no una sino dos cajas.
Por ultimo, un mexicano en la raya de lo moderno y lo clásico, bastante contenido en la sobremaduración de su fruta, boca que invita a seguir bebiendo otro trago, y buen acompañamiento con carne condimentada del Fusione Cabernet Merlot 2011, de la bodega mexicana Villa Montefiori,. Nada que ver con los dos anteriores, es un vino donde no se necesitan grandes acontecimientos para descorcharlo, más mundano, más terrenal. Tampoco quiero decir que el Monte Real sea para grandes ocasiones, aunque esta añada y con la guarda que lleva, no desmerece en ninguna mesa de manteles largos. Para quienes busquen vinos mexicanos interesantes, sin tener que hipotecar su casa pueden tomar nota de este vino para probarlo, sino es que ya lo han hecho.
Con esto me despido, han sido en rasgos generales las botellas que más me han emocionado del último mes.