Archivos para abril, 2010

Mr. Basset, repleto de títulos

Como apuntaba en la entrada anterior: el consumo de vino se ha sofisticado en los últimos años. Gente que compra vino como si se tratara de acciones en la Bolsa o diamantes. Esperando el momento oportuno para tener jugosas utilidades. También están los pomposos títulos de algunos sumilleres que podrían hacer palidecer a la realeza europea. Hoy por la mañana he leído en el periódico, que el señor Gerard Basset, sumiller de 52 años, ha ganado el Concurso del mejor Sommelier del Mundo 2010, competencia que se llevó a cabo en Santiago de Chile. Este francés, residente de Inglaterra desde 1983 y propietario del Hotel Terra Vina en Southampton, en el Reino Unido, tiene unos cuantos títulos más: Master Sommelier, Master of Wine, Wine MBA, Mejor Sommelier Internacional para Vinos Franceses (París) y Mejor Sommelier del Mundo.
Creo que se ha colgado todas las medallas y reconocimientos posibles.
Después de leer la noticia, mi inquieto cerebro comenzó a dar vueltas. Lo primero que cruzó mi mente fue imaginarme cómo se vería vestido con su peto de cuero y todas las medallas colgadas. No cabe duda de que es muy meritorio que este francés haya tenido tantos reconocimientos y menciones en su vida profesional ¿Faltará alguna más…?

No hay que perder de vista que el vino se bebe y se disfruta, no hay que darle muchas vueltas… Tal vez a la copa sí. El mundillo del vino se está convirtiendo en algo ajeno y glamoroso, fuera de la realidad, como si se tratara de la entrega del Oscar, o algún otro acontecimiento extraordinario. Aunque hay personas que están convencidas de todo lo contrario.
Qué dirían nuestros abuelos que bebían vino sin tanta parafernalia, por gusto o quizás costumbre, para satisfacer sus necesidades más íntimas; sin voltear a los demás para presumir la estirpe de un gran vino, de viñas viejas y de producción limitadísima. Servido en copas de cristal austriaco. Me pregunto si lo de hoy es tan auténtico como lo de hace 50 años, y no se trata de una manera de presumir y aparentar en lugar de ser una forma de vida, o parte primordial de la dieta. Los romanos ya hacían ciertas distinciones y los mejores vinos eran propiedad de la aristocracia, de la clase noble que siempre gozaba de privilegios. Aunque fue en la burguesía donde se acentuó el lujo y las diferencias, el vino no sólo era para acompañar la comida sino un símbolo de estatus ¿Habremos llegado al extremo? Con esto de las compras en premier, las guías, la venta de accesorios, los sumilleres mejor calificados. A pesar de que hoy en día se bebe mucho más vino en todo el mundo, ahora se hace de manera más refinada de como lo hicieron los pueblos en la cuenca del Mediterráneo.
Al final creo que los consumidores lo único que pretendemos es una carta de vinos interesante, que el vino esté guardado en buenas condiciones, que lo descorchen sin agitarlo, que esté a temperatura correcta, que las copas sean delgadas, sin borde y de cristal transparente… ¿Es mucho pedir?

Castello de Amorosa, en Napa

En más de una ocasión he soñado tener un viñedo en una colina asoleada, con suficiente pendiente para drenar el agua y poder vendimiar sin mucho trabajo. Un viñedo pedregoso repleto de vides con una bonita vista hacia la bodega, y un olivo a la entrada.
Al final sólo un sueño donde todo es color de rosa, donde no tengo que preocuparme por la lluvia en plena floración, o de la sequía en el envero. Donde no hay molestos pájaros que se coman la fruta, ni «hongos grises» que echen a perder los racimos. Donde todas las decisiones tomadas en la bodega son las correctas, dando como resultado un gran vino que ya está vendido desde antes de salir de la bodega.

Qué distinta debe ser la realidad, la vida está llena de decisiones que tomar, y cada una de las elecciones tiene sus consecuencias. Cuando visito un viñedo y después la bodega, el enólogo se ve seguro y tranquilo, sonriente, pero pocas veces cruza por nuestros pensamientos la difícil tarea de dirigir la orquesta.
Nuestra voz crítica como consumidores analiza el final de una larga secuencia de capítulos que se desarrollan en diferentes espacios de tiempo dentro de ese mágico universo llamado; viñedo y bodega. No se puede restar importancia a ninguno de los dos, aun cuando la uva haya sido comprada a terceros.

Cuántas cosas tuvieron que pasar para que esa botella de vino llegue a nuestra mesa. Pero aún así estamos en nuestro pleno derecho de tirarla por el fregadero o escribir una nota amable, beberla a tragos cortos o dejarla en la copa, decidir si esa botella vale la pena volver a comprarla o no.
El consumo del vino se ha sofisticado en los últimos años. Ahora hay críticos y guías, conocedores y charlatanes. Una diversidad de copas y decantadores de distintas formas y precios, accesorios, revistas, enoturismo… Pero sobre todo un intenso comercio que provoca una competencia feroz y requiere que las bodegas echen a andar su imaginación para atraer clientes, donde el producto final pasa a un segundo lugar, y en todo caso es un diseño hecho a la medida de los críticos más influyentes. La forma de la botella, la etiqueta y la distribución del producto… Donde las guías y los puntos mueven al consumidor a pagar cientos de dólares por un vino de una bodega que hasta hace pocos años ni siquiera existía.

Creo que mejor seguiré soñando… me devuelvo a mi viñedo imaginario.

Un viejo conocido… ¿o desconocido?

Bajé a la bodega y no vi una sola botella de Tondonia rosado. El hecho de pensar que no quedaba nada de aquella cajita, me dio dolor de estómago. Afortunadamente las cinco botellas restantes estaban guardadas en el lado opuesto. No sería algo tan grave, de no ser que aquí en México no se consiguen ni siquiera los blancos de esta bodega, ni el reserva, ni tampoco el Gravonia que hasta hace unos años se podían ver en los anaqueles, mucho menos el memorable Bosconia, que nunca ha llegado de forma regular.
He tomado una botella para compartir con mis amigos del diplomado, fervorosos estudiantes para sumilleres, cuya verdadera finalidad es aprender más de este cautivador mundillo del vino.
Hace poco más de una semana me retiré del diplomado. Francamente eso de dar clases es agotador y de mucha presión, quizá necesite un año sabático. Mi propósito inmediato es tomar un curso de enología en línea de la Universidad de Davis, espero con ansias que empiece.
El caso es que hay un grupo de enófilos que todavía se acuerda de mí y me ha manifestado su afecto en más de una ocasión. Como dije antes llevé un Tondonia Rosado 1995. Un vino que para muchos es un completo desconocido, inclusive en España donde tiene su origen, en el famoso barrio de la Estación de esa pequeña pero bella ciudad de Haro. Rosado que me ha hecho disfrutar en muchas tardes calurosas como esta, no precisamente por su sencillez y frescura como la mayoría de los rosaditos sabor a chicle de fresa, sino por su complejidad y ese abanico de aromas y sabores que va desplegando mientras se oxigena. Un vino para beberse con calma, y que con un carpacho de res maridó de maravilla.
Antonio llevó un tinto argentino; Azul, no recuerdo añada, una mezcla de Malbec. Concentrado de color profundo, picota de capa alta y de tanino mullido, definitivamente en línea con lo moderno, sin caer en excesos, corto de acidez pero con cierta armonía en su conjunto.

Un Riberita apabullado por el Toro

Los siguientes vinos fueron escogidos de la carta, o mejor dicho de un par de botellas llevadas a la mesa, un Toro y un Ribera. Aunque empezamos por el Toro, al final también se descorchó el Ribera. Me decanto por el primero: Finca Sobreño 2004 un crianza, es un tinto impenetrable a la vista, vigoroso y potente como los buenos toros, pero guardando un equilibrio que lo hace apetecible trago a trago. Un buen filete de res en cama de polenta y bañado con salsa de queso fontina desfiló por mi plato, rociado con este gran toro, merecedor del indulto. El Ribera un Vega de Castilla crianza 2004, bastante disminuido ante la contundencia del Toro.
Buena charla, camaradería, rematados con un buen puro, cortesía de Ibar. No me han dejado pagar lo que correspondía de la cuenta. Desde aquí mi agradecimiento y mi afecto para: Antonio, Hugo, Ibar y su novia. Son esos días donde la comida y el vino quedan rebasados por la excelsa compañía. ¡Salud!

François Cotat, Jaune Vignes, Chavignol 2007

Después de tantos y tan variados encuentros con blancos vinificados con chardonnay y sauvignon blanc como varietales de mega producciones industriales sin ningún carácter, con el único requisito de satisfacer al mayor número de consumidores en el menor tiempo posible. Me pregunto si de ahí viene el origen del tintocentrismo, tan arraigado entre la gente. Para muchos amigos hablar de vinos es hablar de cabernet y de merlot, con otras pocas variantes tintas como la tempranillo y la tan de moda syrah ¿Qué es más aburrido un chardonnay o un cabernet (de alta producción)? No es nada en contra de estas variedades, pero pienso que Australia, Chile y EE.UU. están muy lejos de darnos los mejores ejemplares. Prefiero un modesto Macon Village a un chardonnay de Carneros de 95 puntos de la escala de mr. Parker. Un Petit Chablis a un Concha y Toro, algunos vin de pays a un sauvignon blanc de Adelaide Hills.
Mi inclinación por la riesling no es gratuita, año tras año, botella tras botella la satisfacción está casi asegurada. Del Mosela, ese bello río que ve nacer a tantas joyas, aunque debo reconocer que la mayoría de lo que he descorchado es dulce, mas no chaptalizado. Los más interesantes empiezan con los Qmp. Ya estoy viendo la forma de conseguir algunos riesling secos (trocken) aunque pasen de los 12 grados de alcohol.
Mi interés por los blancos crece día con día, no sólo por el calor primaveral de estas latitudes, sino por algo en mi interior que lo pide a gritos. A lo largo de la vida se van modificando los gustos y adquiriendo otros. Cada vez compró más blancos que tintos. Tal vez esté aún más cansado de los tintos de «producción en serie» que de los blancos. Por fortuna siempre hay alguna botellita interesante que descorchar, de alguna variedad poco conocida o de alguna región escondida. Como en el caso de este Chavignon 2007 Jeunes Vignes, del reputado François Cotat. Con tapón lacrado, único punto negativo. Odio el lacre. Este Sancerre está vinificado con sauvignon blanc. Primera botella que cae de aquella tanda de seis que compré en Berry Bros & Rudd. No dudé un solo momento desde que la vi en el botellero… ¡Éste me lo llevo! Mineral y cítrico, compacto y profundo, limpio y directo. Sublime, dan ganas de seguir bebiendo copa tras copa, pero poco ha durado, compartido con mi esposa y mi suegra. Lástima que todavía no encuentro el rosado de este productor, un vino de muy baja producción. Este blanco se disfruta mucho con su frescura y mineralidad para estos calores de primavera tan cercanos al Ecuador.

Tintocentrismo: término acuñado para referirse a la inclinación casi patológica hacia los tintos.

La gente desarrolla hábitos y costumbres que en muchas ocasiones son difíciles de entender, y mucho menos de justificar, sobre todo si se trata de coleccionar objetos raros o ajenos a nuestros propios gustos. Aunque no creo que ninguna colección sea justificable. Hay quienes coleccionan: piedras, llaveros, estampas, sellos o timbres postales, relojes, cómics, plumas etc. etc. Hay otros que coleccionamos vinos, aunque la mayoría lo hagamos de forma inconsciente.
Pero vamos por partes, ¿A quién podríamos llamar coleccionista de vinos? Hace mucho leí un libro donde afirmaban que un coleccionista de vinos es quien compra más vinos de los que puede consumir en ese día. Una respuesta tan simple como imprecisa. Habría muchos coleccionistas por allí sueltos.
¿Quién no ha visitado o leído sobre bodegas personales de varios miles de botellas celosamente cuidadas, a temperatura y humedad controladas…?
La primera pregunta sensata que se antoja para los dueños de tales colecciones es: ¿Cuándo podrán terminar de beber tal cantidad de vinos? Ni en dos largas vidas. Una segunda pregunta, ésta dirigida a un buen psicólogo; ¿Entonces cuál es el verdadero propósito de formar tan abundantes cavas…? Ego. Inversión. Llamar la atención. ¿Qué tipo de trastorno mental lleva a un ser humano al extremo de comprar más de cien cajas de vino en toda su vida? El primer requisito es tener dinero de sobra. Un enófilo empedernido por muchas ganas de poseer cajas y cajas de vino, si no tiene recursos no podrá hacerlo. Segundo: y aquí es donde no podemos afirmar categóricamente nada, y entramos al terreno de la especulación ya que cada caso puede tener distintos orígenes. Gusto por el vino, capricho por acumularlo, o ambas. Lo que parece ser mucho más extraño es que alguien coleccione vino y no lo beba ni lo disfrute. Porque una cosa es la limitación del tiempo para descorchar todas las botellas, y otra muy distinta es que ni siquiera descorche una sola, en una ocasión especial. Yo todavía no conozco a nadie.

Hablando en mi caso personal, yo entraría en una categoría mucho más terrenal. No he contado cuántas botellas tengo reposando en los botelleros, pero sí puedo decir que con las botellas de algunos amigos y las mías, el número podría llegar a poco más de 120 botellas, diez cajitas. Aunque les confieso que me gustaría tener mucho más ¿Saben de algún buen psicólogo…?

Las dos preguntas más frecuentes para quienes piensan ofrecer vino en su boda (entiéndase producto de la fermentación alcohólica de la uva). Son: ¿Qué vino comprar? y ¿Cantidad de cajas?

Hay quienes se van por la vía rápida y salen del apuro comprando unas cajitas del socorrido Concha y Toro cabernet sauvignon, o cualquier otro vino industrial. Y piensan que eso es mejor que nada. Ya no hablemos de la cristalería… No hablo de vinos caros, pero si de mejores elecciones.

Y puestos a soñar: imagínense una boda donde abran con un champán de añada, seguido de un blanquito de Borgoña viejo, después un tinto evocador y al final un sauternes o un oporto 40 años…

Para quienes quieren agasajar a sus comensales con paladares exigentes, están los siguientes puntos para tomar en consideración:

1.- La gente jamás hablará bien de su boda, siempre encontrarán «el negrito en el arroz». Así que no gasten, mejor bébanselo con gente que lo disfrute de verdad.

2.- Debe de tomarse en cuenta el maridaje, aunque ustedes saben que en lo personal no soy mucho de maridajes. Es más, si en una boda me ofrecieran La Tache con salmón, les regalo el salmón, con todo y tenedor de plata… 🙂 .

3.- La estación del año es muy importante: el clima, y la hora determinan que tipo de menú y de vino es el más adecuado.

4.- Poca gente distinguirá un Don Simón de un Pétrus… Aunque Usted no lo crea. No exagero.

5.- Una botella (750 ml.) rinde de 8 a 10 copas bien servidas, y cada caja de vino contiene 12 botellas, aunque las hay de 6. Hagan sus cuentas.

Concluyo afirmando que la mejor ocasión para beber vino y desmenuzarlo, es en pareja, sin prisas, a la luz de una vela.

Nicolas Joly en el viñedo

Mucho se ha hablado en diferentes foros sobre los vinos biodinámicos, así que no abundaré más en el tema, sino lo estrictamente necesario para quienes no hayan escuchado esa palabrita. La agricultura biodinámica pondera la intervención del hombre sin alterar el equilibrio biológico. En el caso particular del vino como producto biodinámico es fundamental cuidar la vitalidad y balance de la tierra por medio de métodos naturales generados en los propios viñedos, mediante la interacción entre los reinos mineral, vegetal y animal, la que el hombre debe cuidar y respetar. Algunas prácticas nos podrían parecer dentro del terreno de la superstición: enterrar huesos, vendimiar en luna llena, el arado con caballos o bueyes, etc.,

Aunque su fundador fue el filósofo austriaco Rudolf Steiner, Nicolas Joly fue el pionero en la producción de vinos biodinámicos en el Valle del Loira. Actualmente existen más de 500 productores de vino biodinámico alrededor del mundo y seguramente aumentará en el futuro, ya que se ha convertido en un tema de actualidad, aunque francamente pienso que existen algunas bodegas que lo usan más como un eslogan que como una práctica de la que estén convencidos por sus resultados. Dentro de la lista figuran productores en Borgoña como: Thierry Guyot, Michel Lafarge, el más prestigiado vino del mundo; Domaine Romanee (desde 2007). En Chablis: Vincent Dauvissat. En Beaujolais: Marcel Lapierre. En España: Do Ferreiro, Dominio de Atauta, Álvaro Palacios, Telmo Rodríguez, en esta lista aparece nada menos que la bodega más clásica de Rioja: López Heredia, aunque con un paréntesis indicando que muchas de sus prácticas son biodinámica, no todas. Un largo etcétera, tomando en cuenta las bodegas en todo el mundo, con Francia a la cabeza.

Como ya es costumbre México no figura en esta lista, aunque pudiera haber alguna bodega con prácticas biodinámicas. Hace un par de días mandé un correo a la bodega Adobe de Guadalupe, ya que pensé que alguno de sus vinos era biodinámico, pero al parecer no es así. También envié otro correo a la Asociación Nacional de Vitiviniculturos de México, para saber si es que existe alguna bodega en México que practique la biodinámica, como suele suceder la respuesta no es lo suficientemente rápida, y en muchas ocasiones simplemente no llega. Así que queda en suspenso la respuesta.

Foto extraída de gelderlander.nl

Franconia Bacchus 2007

A finales del siglo XVII la botella de vidrio junto con el corcho fueron un gran paso para la comercialización del vino. Hace casi 20 años cuando empecé a ahondar en el tema del vino, sólo había unas cuantas formas de botella: Bordolesa; de hombros altos, Borgoñesa; de hombros caídos, Alsaciana y Alemana; de forma estilizada y alargada, de Champán; parecida a la Borgoñesa pero más ancha, de Oporto; de formas más angulares y la cantimplora; parecida a ese recipiente para guardar agua. Pocas eran las variantes fuera de estas que podríamos llamar clásicas. Hoy en día hay tantas formas como marcas. La mercadotecnia se impone, busca moldes, estilos atractivos y caprichosos para cautivar al cliente por la vista, primero de los sentidos que entra en juego a la hora de hacer las compras.

Franconia Sylvaner 2008

Hace poco me encontré con unas botellas «cantimplora» de vinos alemanes, acostumbrado a las estilizadas botellas alemanas, no supe de que vino se trataba, hasta que revisé la etiqueta. Recuerdo algún vino verde portugués con esta presentación. Para ser franco me parece que es uno de los peores diseños para una botella de vino. En primer lugar no cabe en los botelleros convencionales, necesita de un nicho, y aún así es imposible apilar una sobre otra, el transporte es más complicado que con las botellas cilíndricas, ocupando más espacio y por último me da la impresión de que estoy abriendo una botella de coñac o de licor y no descorchando un vino. Aún así compré dos botellas que tuve que almacenar de manera vertical. Se trata de Franconia Bacchus 2007. Esta uva es el resultado de un cruce entre Silvaner X Riesling y Müller-Thurgau. De nariz limpia, frutal y de notas herbáceas; pera, melón, kiwi y heno, boca frutal con un punto menos que abocado y de final amargo, recordándome el agua quina. La segunda botella «cantimplora» y de tapón de vidrio fue el Franconia Sylvaner 2008, mucho más floral y delicado, muy aromático; flor de manzanilla notas de melón y un fondo de anís, boca compacta y sutil con algo de aguja. Ambos vinos interesantes con una excelente relación calidad-precio, por debajo de los $180. Aunque confieso que me gustaría otro tipo de botellas, para un mejor almacenaje.