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Como empieza a ser costumbre nos fuimos a la barra mi amigo y un servidor a descorchar una botellita, en esta ocasión fue de Napa. Buscando en los anaqueles encontré un zinfandel de viñas viejas. Inevitablemente me acordé de aquella sentencia de un buen amigo que decía: «Últimamente han plantado muchas viñas viejas». En alusión a tantas etiquetas con esta advertencia mercadológica. Su precio es de 1200 pesos, unos 72 billetes verdes. Old Ghost 2020. De capa alta, color granate ribete cardenalicio, brillante. Huele a fruta roja, ciruela de la mejor calidad, pimienta negra y alguna nota lejana especiada a mejorana. En boca es de cuerpo pleno, de buena acidez y tanino rugoso, este vino puede pulir esos taninos en vidrio y madurar, hoy está muy sabroso y abigarrado. Con un final amargo, sin molestar. Para un par de botellitas. Se trata de un vino de tierras californianas que no puede dejar indiferente a nadie, parecería que esta sobre madurado, y sí tiene algo de fruta sobre madurada, aún así es de buena hechura, sacaría un buen queso maduro para la próxima ocasión.

Riedel Coca Cola

Riedel se ha diversificado en el diseño de sus copas exponencialmente. Recuerdo haber comprado seis copas de cabernet sauvignon en 1998 en la ciudad de Nueva York . Entré a la primera tienda abierta y salí muy feliz con una bromosa caja, ese día me sentía muy afortunado ya que no había visto Riedel por las tiendas mexicanas, así que valió la pena cargarlas. En ese entonces no había mucha variedad, quizás algunas de blanco como: chardonnay, savignon blanc, chenin blanc y poco más, de tintos la cabernet sauvignon, merlot, pinot noir, shiraz, tempranillo y alguna otra. Poco a poco fueron extendiendo su oferta a tal grado que en poco tiempo tenían copas de las uvas mencionadas, más otras tantas de vinos maduros también, haciendo distinción entre un vino joven y otros entrando a la madurez. Después llegó la serie para tequila, pero ahora veo esta marca austriaca al extremo de sacar al mercado unos vasos para Coca Cola, así es, para un refresco, donde ya cabe una gran variedad. Podrían sacar en un futuro la serie para la Fanta de naranja o el Seven Up

Ayer en la comida descorché en compañía de un amigo una botellita de un vino austriaco Huber grüner veltliner, Terrassen 2018. Un vino austero, sin concesiones, pero que tiene su encanto, color pajizo brillante con reflejos verdosos, algo de sidra en nariz, y notas de petróleo muy sutiles, también de fruta amarilla, parecería un riesling joven entrando a esas notas de queroseno. En boca es seco, cítrico pero creo que le falta un punto de acidez. Para ir por dos botellitas. Su precio ronda los 600 pesos (36 dólares). Por alguna razón no he hecho ninguna foto, así que he buscado una en internet que parece ser la única que ronda por la red. Llévese el crédito quien la haya hecho primero. De segundo plato descorchamos nuevamente el Old Ghost 2020. Para aprendérnoslo de memoria ¡Abur!

Reserva Magna, tirando hacia los clásicos

Una tarde, hace ya unas semanas, acompañé a un amigo a comprar vino (una tienda que se ha vuelto la preferida de muchos enófilos), con mucho entusiasmo por hacer su colección, me hizo recordar cuando construí el agujero que tengo como cava en un rincón del jardín, ya hace poco menos de 30 años. Y es que él tiene poco tiempo con su cava, la ha montado bajo todas las normas que marcan los cánones de todos a quienes nos gusta el vino: climatizada a 16°C, de la humedad no estoy enterado, pero debe estar arriba de 60%. Me contaba que le faltaban alrededor de veinte botellas para completar los nichos, así que ayer se dio a la tarea de buscar algunas cosas interesantes: algunos borgoñitas de medio pelo, un vaqueiras, y sino mal recuerdo algún burdeos. Más tarde pasamos a la barra y descorchamos una botella, un tinto de la tradicional y vieja Casa Domecq. Me dio a escoger una botella y como había pasado ya un par de veces por los anaqueles y le había echado el ojo a un Reserva Magna 2019. La Casa Domecq en México nunca se ha distinguido por sus vinos en cuanto a calidad, el Padre Kino ha sido un vino básico como en España Don Simón, aunque aquí no hemos llegado al nivel de tetrapack en esta bodega en particular. Al meterme a su página me percaté de que hay un Reserva Real de cepas de 35 años y una crianza de seis meses. Pero ese no figuraba en los anaqueles. Se trata de un vino de corte clásico, madera usada, notas balsámicas, tanino pulido, seco, de buen paso y final largo. Bien podría guardar seis botellitas para seguir su evolución.

Don Leo 2013 sauvignon blanc más de 9 años acostada

Hurgando en el fondo de la cava, donde acostumbro a tumbar los blanquitos, ya que éstos deben estar algo más frescos que en los botelleros superiores. He encontrado una botella de Don Leo 2013 vinificado con sauvignon blanc. se había desprendido la corbata, o desparecido por la humedad, así que calculo que debe tener poco más de 8 años acostada, el moho ha deteriorado la etiqueta, la evaporación es mínima, apenas por debajo del cuello. El corcho salió a pedazos a pesar de la humedad alta por arriba de 80%. Color dorado, brillante y espeso. Nariz tropical a mango, una vez que moví la copa huele a piña madura y una nota vegetal. En boca sorprende su juventud; acidez que lo hace muy vivaracho; ha evolucionado mejor de lo que pensaba, con una paso de boca mineral, seco y final largo. Una gran recompensa para quienes esperamos esa magia dentro de las botellas con el paso del tiempo. Aunque para ser sincero esta botella no estaba destinada a estar un período tan largo dentro de la bodega ¡Fue un rescate muy a tiempo!

La he parado sólo para la foto ¡Sorprende el nivel! Arriba del cuello después de 37 años

A unos centímetros de ese nicho asoman unas cuantas joyitas de López Heredia, se trata de cinco blancos de otra categoría, con una larga crianza en madera usadita, de las que no maquillan el vino, a la usanza de antes; barricas que solo sirven para pulir el vino y que después en el vidrio ganan con aromas terciarios como los que podemos distinguir en estos vinos. Se trata de dos Gravonias 2003, un Viña Tondonia Gran Reserva 1987 (sin que se note evaporación, por arriba del cuello) dos Viña Tondonia cosecha 1995. Me decidí por el Gravonia 2003. Sé que mucha gente ignora la larga evolución de estos vinos y hasta se atrevería a sugerir echarlos a la coladera, pero aquí hablamos de cinco de los mejores blancos que se pueden adquirir sin los precios inflados con esteroides que vemos en al mercado, bajo la mirada complaciente de los chinos y los rusos multimillonarios

Hermoso color oro viejo

Me decidí por el Gravonia 2003, el más jovenzuelo. El corcho salió entero además de no presentar problemas de filtraciones, algo que me llamó la atención después de estar acostado 21 años. Sin duda la humedad de la bodega ayuda a que el corcho se mantenga elástico. Color oro viejo, brillante y fluido. En nariz piedra de río recién mojadita, algunas notas de barro, algo de orejones de manzana, y un fondo muy sutil de frutos secos. En boca tiene una acidez sorprendente que le da armazón al conjunto, final mineral y largo. Un vino para tener por cajas, su evolución ha sido espectacular; yo me atrevería a decir que le faltan unos añitos para que empiece a descender. Una verdadera joya del barrio de La Estación.

Y hablando de este viejo conocido, recuerdo lo que apuntaba alguna vez Manuel Camblor, que decía que lo de Gravonia venía por los vinos minerales de Graves, aunque no puedo confirmarlo me ha gustado la idea por aquello de su gran mineralidad.

La cuerda en el pico de la botella delata los taparrosca metálicos ¿El corcho en desuso…?

En esta ocasión faltaron dos miembros, cada uno por diferente razón no han podido asistir. Empezamos con un blanco que fue la sorpresa de la noche, por lo menos para mí. Me llama la atención que de cinco vinos sólo uno tuviera corcho, los otros son de taparrosca metálico. Se desvanece la idea romántica del corcho. El primero, un blanco que sorprendió por su relación calidad precio (18 dólares), rosando el límite, aunque en un país con tantos impuestos al vino no está tan mal. Tommasi pinot grigio 2021. Color amarillo pálido brillante y fluido, aromas a durazno, níspero y membrillo. Su entrada va de más a menos, al final le falta contundencia. En boca tiene acidez comedida, seco y de final discreto. Repetible.

Limelight 2021. Un californiano, una mezcla no muy convencional:  79% pinot grigio, 7% french colombard, 7% riesling y white blenders, decía en la etiqueta. Si sumamos los porcentajes quiere decir que hay otro 7% de «otras blancas». Amarillo pálido, con más color que el anterior. Co2 por la pequeña muestra de burbuja en las paredes de la copa, en boca no es muy notorio. Nariz discreta a piña verde, en boca va de menos a más, final amargo, abocado y con acidez baja. Inolvidable con causa.

Neven 2022. Sólo dice que viene de la Patagonia. Parecería una palabra derivada del inglés, sin embargo la raíz es Neuquén en mapuche, es Newen que significa fortaleza, energía. Color de capa baja, como es de esperar de un pinot noir. Huele a ciruela negra, en boca es corto y diluido, poco cuerpo. No repetible. Parece que sus 4 meses de crianza en roble americano y francés han pasado desapercibidos.

Sileni Cellar Selection 2021. Un vino blanco neozelandés vinificado con pinot noir. El primer golpe es de azufre, está defectuoso, al parecer el aire no lo limpio del todo.

El quinto es el Kumala Core 2021. Un sudafricano 100% pinotage, varietal producto del cruce entre pinot noir y cinsaut. Huele a fruta negra, gindas, cerezas. Acidez comedida, tanino presente, seco, buen ataque, final corto. Repetible.

La primera vez que pisé tierras catalanas fue por el año de 1988. Mis recuerdos son muy vagos: contaba con algo más de veinte años. Sería ocioso pensar en hacer alguna comparación de la Ciudad Condal de aquella época y la de hoy. Lo cierto es que muchos catalanes están convencidos de que los Juegos Olímpicos de 1992 inscribieron a esta ciudad dentro del panorama turístico. Ciudad fundada por romanos, y región norteña por donde desembarcó Publio Cornelio Escipión (Ampurias) en Hispania. Por la zona de las vías férreas a las afueras de la ciudad se construyó la Villa Olímpica del Pueblo Nuevo. Es la primera vez que visito Barcelona en compañía de mi hijo, entusiasta de la arquitectura y de todo lo que tiene que ver con el arte, la historia y la buena comida.

La Barceloneta, al fondo torre del hotel W.

Por otro lado, el pabellón de Alemania en Barcelona diseñado por Ludwig Mies Van Der Rohe en 1929, icono de la arquitectura, fue desmontado como suelen hacer en dichas ferias. Pero muchos años después, en 1986, fue reconstruido para deleite de miles de visitantes que hoy en día observan boquiabiertos dibujando sentados en el piso, y otros tantos orientales haciendo fotos en cada uno de sus rincones.

Sin duda alguna Barcelona es una ciudad con muchos atractivos, como las obras de Gaudí. Arquitecto a quien veneran y rinden culto a su memoria propios y extraños, catalanes o chinos, o por qué no paquistaníes, que dicho sea abundan por todos lados en la ciudad desde que se relajaron los controles de las aduanas.

La Sagrada Familia luce majestuosa desde algunas cuadras atrás, antes de llegar a verla de frente, desde el parque aledaño, en todo su esplendor. Debo confesar que, sin menoscabo de su impresionante fachada, me ha parecido una joya en su interior. Esos «letreros» alusivos a las Sagradas Escrituras no acaban de convencerme. Pero empecemos a caminar buscando las ofertas culinarias… Desde el barrio Gótico hasta Montjuic, del parque Güell a la Barceloneta o al monumento a Colón… No es un secreto que las grandes ciudades con aires cosmopolitas acaben por asfixiarme. Sobre todo si se trata de comer un buen entrante y segundo plato de buena calidad a precios comedidos en zonas difíciles; eminentemente turísticas; son sólo bares para una tapa a mediodía con una caña bien fría copeteada de espuma, o en este caso con un cava seco hasta el tuétano (brut nature).

Primera escala

Menú del día decente por menos de 15€ es cada vez más escaso. Con los efectos de tres comidas, con pequeñas raciones plastificadas, calentadas en microondas durante el servicio abordo del avión y semi-deshidratados nos han obligado a hacer la primera escala de manera urgente. Copita de tinto en vidrio y no en vaso de plástico. Parece que no he anotado nada de él en mi libreta, he puesto más atención a la tortilla y el pan con tomate que al vino, ¿será el hambre…? Después de la escala en los pits seguimos deambulando por la calle mientras comenzaba a caer la tarde. Compramos la obligada tarjeta del teléfono para estar en todo momento conectados, y poder buscar direcciones sin molestas interrupciones. Volvió el hambre y entramos a Varela en la plaza de Molina. Nos sentamos en una mesita con vista a las luces de la ciudad, que para ese momento ya casi daban las 8:00. Un Bru de Tardor 2022 un garnacha sin madera: limpio, térreo, con ciruela madura y excelente acidez, de lo mejor del Penedés que he probado. Después y cumpliendo mi propósito de beber un cavita en cada comida. Apenas pude ver la etiqueta de reojo: Torello ideal para limpiar el paladar. Seco, con notas de pan tostado… Jamón ibérico con un plato de sardinas al lado, no me pregunten si maridó con el tinto.

Después de recorrer a pie algunos kilómetros llegamos una mañana a la Aguja de Calatrava, que es en realidad una torre de comunicaciones de la compañía Telefónica; con sus 136 m a la punta, y grafiti en su base. Ese día comimos en el Suarna, situado en una esquina. Único lugar donde tuvimos que esperar mesa, pero valió la pena. Pedimos la comida corrida por 22€: paleta de ternera bañada con un cava muy planito, de burbuja grande, seco, diluido. Al pedir una copita de tinto, me arrimaron una botella de Coto Elosegi y la dejaron en la mesa, sin pena ni gloria, sólo para pasar la grasita de la paleta. Pero hizo trasladarme a la España de algunos años atrás. La última vez que estuve por aquí fue en 2004, nada menos que hace veinte años, donde no eran raras las botellas de vino esperando a los comensales reposando sobre la mesa, dispuestas a regar la comida del día. La tomabas, o mejor dicho por estas latitudes: la descorchabas o pasabas de largo, muchos la bebían como yo. He anotado en la libreta un Sinols Negre 2022, como pueden ver no pierdo oportunidad de consumir lo que estas tierras producen, suena lógico, lo es. Imaginémonos que sólo pidiera riojas o riberas… Sinols Negre de Emporda, tiene ese olor a licorella, a fruta negra madura, amplio en boca y con ese apretón amargo al final. He dicho que he anotado en la libreta este vino, pero no he anotado el lugar donde lo probé… cosas de la edad.

El domingo hasta hace algunos años todo estaba cerrado a cal y canto, otra de las cosas que ha cambiado; han aprendido de los gringos que hay que espabilar y abrir las cortinas de los negocios. No todas, pero sí la mayoría de las tiendas del barrio Gótico están abiertas. El Corte Inglés de plaza Cataluña permanece cerrado el día del Señor. Nos metimos a L’ Escorial y pedí una copita de Segura Viudas Brut con abundante burbuja, color pajizo, bone dry, cítrica y firme. Repetible. Pasó bien la tortilla y el pan tomate; pan cristal del porosito. Parecería que nos pasamos a otro bar en poco tiempo, pero nos llevó una buena caminata bobeando por los aparadores lo que de este lado del charco no tenemos, o tenemos de manera limitada: Quesos artesanales, jamones colgados, panaderías puestas con todo esmero, bares a media luz repletos de gente en la barra, etc. Así llegamos a comer a Bar Brutale, un lugar pequeño pero muy acogedor, de mesas juntas una pegada a la otra donde parece no haber intimidad, pero que al poco de estar te acostumbras, y al final se te olvida. Parece ser que es una cadena internacional con una buena carta de bebidas y platillos. Probé un Parrellatxa 2022 vinificado con garnacha tinta, parellada y garnacha blanca, de la Conca de Barbera. Me han llamado siempre la atención los tintos con algo de uva blanca como los Côte Rôtie que se vinifican con una pizca de viogner. En el caso de Parelltxa: las blancas garnacha blanca y parellada con la garnacha tinta. Huele a caza con pelo, almizcle y un fondo térreo muy sabroso, de tanino mullido y excelente acidez. Bajó bien la paletilla con terrina y cuatro quesos.

Al otro día se nos ocurrió hacer una parada en la cafetería Picasso, en contraesquina de la Sagrada Familia. Mala idea aunque ya se sabe que en esos lugares a tiro de piedra de lugares santuario para turistas le sacan a uno los ojos. Cava Roger Flor Brut Nature: de burbuja fina y pero escasa, seco, cítrico; como para una cajita.

Recorrimos la calle rumbo a la Pedrera, aunque ya no recuerdo si fue el metro o autobús que nos acercó al sitio. Hicimos una escala antes para refrescar la garganta. Aunque en este caso no haya anotado, que no se trataba de la genial obra de Gaudí, sino de un restaurante del mismo nombre. Pedí una flauta de Juvé & Camps, rosé con algo de pinot noir. Color salmón, de burbuja fina y persistente, fresa, durazno pero le faltaba acidez; armazón al conjunto, aunque se bebe bien.

Ese mismo día comimos en uno de los restaurantes que están en la lista de los favoritos. Fuera del bullicio y alejado de los turistas. Casa Pepe con sus mesas con sombrilla en la calle y un recibidor con una gran barra, al lado están dispuestas dos piernas de jamón bellotero Cinco Jotas, listas para ser cortadas y llevadas en platos en forma espiral, como debe hacer un digno maestro jamonero, y en cuyo centro aparece la silueta de un cerdo pata negra una vez acabada la ración, en alusión a cómo podrán verse en un mes de estancia en España…

Quizás una advertencia de cómo podría acabar si sigo comiendo jamón.

Pedí un cava rosado que al ver la etiqueta me di cuenta que se trataba de un vino ecológico, fuera de ese detalle, que para mi no tiene la menor importancia, se trata de un cava de burbuja abundante, notas de piel de naranja, fresas, de buen ataque en boca y cítrico, no muy seco. Comí una rica ensalada de burratina (queso parecido al mozzarella) con tomates y lechugas bañados con vinagre balsámico y aceite extra virgen. Después una exquisita merluza, y a mí como eso del maridaje no me preocupa, al menos que sea muy explosivo, bebí un tinto Oinoz 2015. Un riojanito un poco áspero de entrada zarzamora y de buena acidez, en su conjunto repetible.

Esa textura que invita a devorar el plato para que aparezca el cerdito patanegra…

Para pedir jamón es necesario ver la pierna dispuesta en algún rincón del establecimiento, una forma de saber que tendrá ese color brillante y estará en su punto sin oxidarse y mucho menos sacada del refrigerador como hay quien acostumbra hacerlo. Dos platos, apenas para satisfacer el antojo.

Bellesguard con su torre dragón

El martes por la mañana subimos por una pendiente casi tan empinada como la ruta para llegar al parque Güell. En esta ocasión visitamos otra obra de Gaudí, abierta hace poco al público: Bellesguard o Bella Vista en castellano. La parte de arriba ha quedado inconclusa, detalles que Gaudí no hubiera permitido que quedara tan rústico, delatan el hecho. Me encantan los salones de fumar del siglo XIX, lugares acogedores que solía encargar la aristocracia a los arquitectos, para pasar largos ratos charlando. Un jardín con coníferas y piso de canto rodado, una banca semicircular cubierta con pedacería de mosaico blanco, cuya acústica sorprende: puede uno sentado, charlar de un extremo a otro sin levantar la voz.

El último día de enero descubrimos un bar que no era de cadena, como en el que acostumbrábamos a desayunar, doblando la esquina del hotel. Su cercanía hizo que fuéramos los primeros días. El contraste es palpable en la cafetería El pilar, en la calle de Balmes, nos sirvieron la mejor tortilla hasta ese momento, suave por dentro y en su punto por fuera. Dicho sea, mi primera compra fue una tapa para voltear la tortilla, elemento indispensable a la hora de cocinarla. Tortilla por la mañana que acompañada de un buen café con leche, para caminar por la calle hasta que dieran las once para meternos a un bar por un cava.

Continuará…

Casa Vicens fue la primera que diseñó y construyó Gaudí, por el año de 1885. Escondida en una estrecha calle, apenas asoma para invitarnos a recorrerla. Originalmente el terreno era mucho más grande, como se puede apreciar en una maqueta en uno de sus salones, pero la ciudad ha ido creciendo y ahogando está bella construcción. Rodeada de una verja de forja con motivos en forma de hoja de palmera, y varias fuentes exteriores. Tiene uno de los salones de fumadores más acogedores; de formas florales en el plafón. Pude imaginar a la gente sentada fumando, en medio de una charla acalorada sobre los temas más diversos. Sin duda es una de mis preferidas junto con la Bellesguard. Saliendo de allí caminamos calle abajo y no recuerdo si tomamos el metro, pero parece que fue el bus para llegar a otra zona: a la Barceloneta, la playa mediterránea. No había mucha gente y la que había deambulaba por la calle buscando restaurantes, que abundan en la zona, pero no es buena idea comer allí. Los propietarios y a veces los camareros salen al encuentro con el menú en mano, tratando a toda costa de convencer a los peatones de entrar y ocupar una mesa. Uno de ellos, de los pocos españoles que vi, comentó que casi todos eran restaurantes de la mafia paquistaní o india, y que él tenía la mejor paella… pasamos de largo, pero mi hijo insistió en que entráramos. Y así

fue, entramos en Portonovo, el dueño era el único español, los camareros apenas balbuceaban algunas palabras en castellano. Mal atendidos, aunque debo reconocer que la paella marinera no estaba mal. Pedí un vino blanco que resultó diluido, y un cavita; ambos anónimos. La comunicación con los camareros fue difusa y errática. Al pedir agua, dejó caer una botella de plástico en la mesa, sin servirla en un vaso con hielos como debe ser. Después salimos rumbo a la Torre Agbar, del arquitecto francés Jean Novel, de forma de lápiz labial, en el último piso hay un gran mirador de 360 grados, de donde se puede ver toda Barcelona. En la base de las ventanas había indicaciones de las calles y edificios principales para poder identificarlas.

Hay una tienda muy importante de vinos en La Diagonal, o por lo menos eso pensaba, se trata de una cadena con sede en Paris, La Vinia. Recuerdo haberla conocido en la zona de la Opera. Tiene, además de su infinita variedad de vinos, muestras de vinos todo el tiempo con gente enterada del tema, y hablando de la tienda de Paris, una sección donde se puede comer. Hay una en Madrid y había otra en Barcelona, en La Diagonal. Buscando en Google, mi hijo me llevó hasta donde parecía que se encontraba, me extrañaba no haber salido del barrio Gótico, pero para mi sorpresa me llevó a La Vinya del Seyor, ubicada en la Plaza Santa María, frente a la basílica de Santa María del Pi de estilo gótico, construida durante el siglo XIV. Lugar abarrotado en aquella primera ocasión, invitado por varios foreros que participaban en Verema.com. En esa ocasión bebí un par de copas, y el bullicio no me permitió apreciar en su justa dimensión este bar de vinos, de lo mejor en Barcelona, con una carta que denota el esmero de quien la diseñó. Pero esta vez estaba casi vacío así que nos sentamos en la barra y pedí un Fondillón. La mujer de la barra, una joven de ojos azules, se quedó muda por unos segundos, hasta que se acercó quien parecía ser el dueño, diciéndole que se trataba de un vino rancio de Alicante vinificado con monastrell. Se metieron al almacén y sacaron un Fondillón Reserva 1964. Después de servirme una copa, le sirvió un poco a ella para que supiera de qué se trataba, una excelente práctica para que el personal esté bien enterado de los vinos menos comunes.

Gran Fondillón Reserva 1964 D.O. Alicante

Por 12 € he bebido una joya, todo lo que pueda decir me quedaría corto. Color ocre con destellos dorados, turbio y espeso. Huele a avellanas, granos de café tostado, flan de caramelo, en boca el alcohol está muy bien integrado, un ataque terso pero firme, un paso de boca elegante con la acidez precisa y un final eterno ¡Quiero diez cajas…! Lástima que fue la única botella que había. Pregunté entonces si había alguna tienda donde pudiera conseguir algún Fondillón. La señorita de ojos azules me llevó personalmente unos metros arriba a Vila Vini Teca. Se trata de una tienda fundada en 1932 que tiene una enorme variedad de vinos. Pero ese Fondillón que acababa de disfrutar no figuraba en la lista, de hecho sólo tenían dos: Recóndita Armonía de Gutiérrez de la vega, añadas: 2010 y 2011 por 40 € cada uno, sin perder el tiempo escogí el 2010 y un Amontillado del Puerto de la bodega Lastau, Single Cask bota 1 / solera 1/3 / Saca Septiembre 2022 / con el nombre del Celler Master Sergio Martínez. Ya contaré el glorioso día que toque descorcharlo. Aprovechando que el dueño estaba dispuesto a contestar preguntas, charlamos largo rato, yo le pregunté sobre La Vinia, y su repuesta me desconcertó: me dijo que ya había cerrado. Algo que no podía creer… Al parecer el dueño original había muerto y su hija se había hecho cargo del consorcio. El caso es que ya no podré conocer La Vinia de Barcelona.

Otro lugar a destacar, aunque menos enfocado a la variedad del vino y sí más comercial, es El Xampanyet, fundado en 1929, conocido de muchos turistas. Con su letrero colgado en la entrada: Hay cervesa fresca de barril. El día que fuimos ya pasado del mediodía, tuvimos suerte de encontrar una mesa y dos sillas periqueras vacías. Llegamos con mucha hambre y pedimos un buen repertorio: Pallets cansalda, barquetes, pan con tomate (3 órdenes), patates escalibada, ancxoves, olivas mixtas calamares samfaina. Bañado con un cava rosado Albert i Noya rematando con dos copas de tinto El Veinat 2022, con tantos platos sobre la mesa no pude anotar en la libretita. La verdad es que todo estuvo delicioso.

Un viernes por la mañana salimos del hotel muy temprano para la estación del norte, donde nos subimos a un autobús que nos llevó por un tour al monasterio benedictino de Montserrat, construido en 1025, y que goza de unas vistas espectaculares. La niebla cubría al principio todo el valle, pero en la medida que fue despejándose pudimos observar los picos redondeados de la montaña; eso al acercarnos y también al alejarnos por una carretera distinta a la que habíamos llegado al santuario. La virgen de Montserrat morena por el supuesto humo de velas a la que estuvo expuesta, según nos contaba el guía, ya que originalmente lucía con la piel blanca. Una virgen muy pequeña físicamente pero grande en importancia para los catalanes. Pequeña si tomamos en cuenta el tamaño de la nave, donde apenas si se puede apreciar en el retablo.

De regreso visitamos una bodega que está en las faldas de la montaña, pero será una entrada aparte, ya que tengo mucha información y vale la pena un apartado especial.

Continuará la última parte.

Fuente de mercurio, Fundación Miró

Colina abajo, de vuelta hacía Barcelona rumbo a Manresa, se puede ver la cordillera que forman los picos redondeados donde se enclava el santuario de Montserrat, de repente se pierden en el horizonte de espaldas al autobús, y así llegamos a la bodega Heretat Oller del Mas, una bodega muy interesante desde el origen de esas tierras que han sido propiedad de la familia desde finales del siglo X (964). Hay tanto que contar de esta bodega, que lo dejo para una entrada aparte. «En el Norte se come muy bien…» ¿Cuántas veces hemos oído esa frase? Sin embrago puedo decirles que hay de todo en la viña del Señor. Nunca he recomendado comer en las zonas más turísticas de la ciudad, por obvias razones: precios altos, lugares abarrotados de gente, descuido en el servicio (no siempre), comida adaptada a cánones comerciales etc. etc. Pero hay otros sitios donde no es tan obvio que pudiera salir algo mal. Fue el caso del Bar Galicia, en la Av del Paralelo 131. A pesar de que goza de varias estrellitas en Google fue de los peores lugares para comer. Pedí un caldo gallego que traía tres alubias pequeñitas, por arriba estaba caliente y al meter la cuchara más abajo estaba frío. Seña inconfundible de que habían calentado el plato en microondas, situación que comprobé más tarde, cuando no dejaban de meter platos servidos al microondas. Al pedirle al camarero una copita de vino tinto de la región, contestó sin ningún pudor que en Cataluña no se hacía buen vino, como sí se hace en Rioja y Ribera. No dejaba de tocarse la nariz y por supuesto no se lavaba las manos. Un desastre, aunque a mi hijo le gustaron los mini pulpos en una salsa espesa. Salimos a caminar para llegar al museo de la fundación Joan Miró, debimos subir al bus, pero la pendiente para llegar era infame. Las tres alubias se habían consumido en la quema de calorías con tanto esfuerzo. El museo es muy bonito, el techo formado por múltiples dovelas y entradas de luz cenital. La muestra vale la pena, aún para quienes no gustamos mucho del modernismo y del surrealismo de Picasso, ya no digamos del cubismo. Pero sin duda vale la pena, la muestra es extensa y muy bien expuesta. Refiriéndome al triunvirato Dalí (aunque no está en esta muestra) Picasso y Miró, aunque tampoco sea un crítico de arte, de más a menos me gustan en ese orden. Yo sé que me pueden decir que cada uno tuvo sus etapas y todo el contexto que los llevó a hacer lo que hicieron, yo sólo hablo de estética, nada más. Pasando a otras cosas quisiera hablar del tiempo, ya que no sufrimos de frío, resulta que entre la sequía y otros fenómenos meteorológicas, sobraba la ropa de invierno. Situación que afecta a una región cuyas costumbres están adaptadas al frío en estas fechas. Por ejemplo: la floración temprana de los almendros provocará que en algún momento que aparezca el frío, afecte la fruta, además de que mermará la cantidad además de la calidad. Otro problema que leí en los periódicos y vi por la TV, es el irracional bloqueo con tractores, de productos españoles en las carreteras que llevan a Paris. A tal grado que hay quienes se atrevían a derramar todo el vino de un camión cisterna procedente de España, sin que la policía francesa hiciera algo. A los pocos días comenzaron en Castilla y León a salir a las carreteras en sus tractores, bloqueando el tránsito. Algo huele mal en las regulaciones y la falta de apoyo en la Comunidad Económica Europea.

Mixtas y tarro con fuet
La chica de ojos azules

Volvimos a La Vinya del Senyor. En la carta de vinos aparecen dos medidas: 9 y 18 cl, en otros casos como la manzanilla: 7 y 14 cl. Comencé con una saca de invierno de manzanilla Solear, esto quiere decir que no está filtrada y es una muestra de invierno. Oro viejo, brillante. Huele a yodo, barro. En boca es amplio, almendras, con un punto calizo muy sabroso. Con una orden mixta de olivas fue de maravilla. Después me pusieron una copita de Llopart Brut Nature Reserva 8 € por 18cl. Firme y refrescante. Y cerré con un castaño dulce, que aunque no se asomaba a la profundidad del fondillón me recordó a un Pedro Ximénez joven, sin el olor a caucho. Huele a ciruela pasa, notas de granos de café, bastante dulce y de buena acidez. Pedí unas patatas con pimentón de la Vera, pero le hacía falta un chorrito de aceite de oliva para que el pimentón se integrara.

Gran selección de quesos artesanales de todas partes de Europa

Gran selección de quesos artesanales, bien conservados

Los últimos días descubrimos una fromagerie nombre que le dan los catalanes y franceses a un establecimiento donde venden quesos, de nombre Can Luc, bastante escondida para mi gusto. Pero no venden cualquier tipo de quesos; tiene una buena variedad y todos artesanales. Nos hicimos de varios durante las cuatro noches que cenamos en la habitación del hotel, a destacar: Un Zamorano de leche de oveja, curado, de textura granulosa, saladito y fuerte en el paladar. Un catalán de Tarragona: Serra Tormo, cremoso, persistente y untuoso. Con un Bruixola 2018. Se trata de un vino del Priorato que huele a barro, pimiento, fruta roja muy madura, en boca es equilibrado y de acidez exquisita. El pan también artesanal y comprado a la vuelta de Can Luc. 

Estive del Vasco del lado francés, un queso de oveja. Los quesos de oveja son muy comunes en Europa, más fáciles de digerir que los de leche de vaca. La leche de cabra sólo representa el 3% de la leche que se consume en Europa, y se emplea principalmente para la elaboración de quesos. La leche más consumida era la de oveja, hasta el siglo XIX, cuando se incorporaron las vacas frisonas (las de manchas negras y blancas) y crece el consumo de su leche, además de su alta producción, en algunos lugares alcanza los 20 mil litros anuales por vaca, aunque en promedio esta en 12 mil litros.

Probamos el Cantell, de Meresme, elaborado con leche de cabra. Parecido en textura y sabor al parmesano, aunque un poco más suave al paladar. Después de probar un buen queso artesanal con recuerdos de hierbas y pastos por donde suben a la montaña para alimentarse, es difícil volver a ver con los mismos ojos los quesos que venden empaquetados al alto vacío de grandes producciones, sumado al frío con el que se suelen comer, sin esperar a que tome la temperatura de la habitación… Pero no siempre están a la mano estos quesos artesanales, por desgracia.

Además de la exhibición de pinturas de la fundación Miró visitamos algunos museos más. La muestra en el Museo Nacional de Arte de Cataluña de la colección de Joaquín Cabot, me llamó la atención. Se trata de una de las colecciones privadas más grandes que he visto en mi vida, y hay todo tipo de objetos: monedas, sombreros, cerámica, bastones, abanicos, cajas de cerillos, sellos y un largo etc. Todo era propiedad del señor Cabot.

Tanto El Museo de Cera como el Acuario, los dejaría al final, en caso de que no haya algo mejor que hacer; me parecen dos sitios que se pueden visitar en casi todas las grandes ciudades, y aunque hay excepciones preferiría conocer otros lugares. Aún así los visitamos, entre las figuras del Museo de Cera, el parecido de Picasso, Dalí y Gandhi es asombroso.

Hablando de Modernismo visité El Palacio de la Música por recomendación de un amigo. Abierto al público para todos los visitantes. Un impresionante vitral en el centro del plafón decora la sala de conciertos, tiene un aforo de 500 personas. Construido entre 1905 y 1908, en plena efervescencia de este estilo y cuando la economía estaba en jauja. Vale la pena.

Un sitio dónde comer en el barrio gótico puede ser El Portalón, fundado en 1890, según cuentan. Se trata de un sitio informal, limpio, que le recuerda a los comensales a cada momento que están en una tasca bien iluminada y sin raros olores, donde comen y beben como Dios manda. Pedí un estofado de rabo de toro, un poco grasoso pero con excelente materia prima y una buena cocción, regado con un tinto afrutado que hizo que pasara de maravilla. Un tinto facilón de trago largo Terra de Pau (Costers del Segre), por 3.85 € la copa cumple con creces, con un poco de aire mejora. Saliendo invité a mi hijo a un helado, no hay que dejar pasar la oportunidad de probar un helado de nata italiano en los Helados Elisa, y aunque no soy de postres estaba para chuparse los dedos.

Una mañana leyendo el periódico, pensé que sería buena idea ir a un restaurante gallego, buscando pescado y mariscos. Al ver los mapas de Google me advirtió que había uno a menos de cuatro cuadras del hotel. Así que a la hora de la comida nos enfilamos hacia allá.

Present Restaurante. Es un local pequeño, con apenas cinco mesas de cuatro comensales cada una, magníficamente atendidos en la sala por Aranxa, quien después de servir el platillo, explicaba minuciosamente su contenido. Como podrán imaginarse es cocina petit. De esa que sabe a gloria pero en raciones de dedal. En este caso abrí con una crema de calabaza con un huevo tierno y alcaparras, y de segundo un bacalao en cama de pil pil de coliflor, combinada con el mismo colágeno del pescado, coliflor asada y una rama de berro de agua. No estoy muy acostumbrado al bacalao fresco, pero cada vez que tengo oportunidad lo pido. Maridó exquisitamente con un cava Gramona Brut Nature. De color amarillo pálido, burbuja muy fina y persistente, en boca manzana verde, y un golpe calizo de gis, cosquilleo del CO2 en boca muy presente. Después pedí una copa de tinto: Boyante 2022. Rioja, muy frutal, primer golpe a humo y hollejos de capa alta. De postre, tarta de queso con ralladura de limón. Excelente atención por parte de Aranxa, para volver.

El último día decidimos repetir en Casa Pepe, y como suele pasar nos gustó más la primera vez. Al pedir la carta nos dijeron que no tenían ya que era un restaurante charcutería. No recordamos si la primera visita nos habían dado carta… Abrí con el último cava en la comida del viaje: Rexach Baqués Reserva Brut Imperial, título rimbombante… He anotado que tenía abundante burbuja y de paladar seco. Seguí con un Ximénez-Spinola 2022, para acompañar un jamón Cinco Jotas recién cortado y puesto en la mesa. Amarillo pajizo brillante, primera nota en boca de un amontillado ligero, excelente paso y final eterno, de buen cuerpo, graso. Solomillo, butifarra y pimientos del piquillo; último día ¡ya nos pondremos a dieta! y para rematar con el mismo vino un queso alsaciano de pasta dura y saladito, al lado un manchego semi-curado y una ración de pan crujiente, aaah y lo último un café solo, como sólo lo hacen aquí. Quedará pendiente la crónica de la visita a la bodega. Nos vamos de regreso ¡Abur!

Cata 254 (Mini vertical de Vino de Piedra)

Publicado: 30 septiembre, 2023 en Cata, Vino
Cata 254 Mini vertical de Casa de Piedra: 2016, 2017 y 2018

No es común encontrar diferentes añadas de un vino que cada año se agota en los anaqueles, siendo aún más raro identificar tres añadas distintas. En esta ocasión cuando escogía los vinos para la cata de este mes, para mi sorpresa, encontré Vino de Piedra añadas: 2016, 2017 y 2018. Se trata de una bodega cuyo enólogo, mexicano, Hugo D´Acosta ha trabajado en diferentes empresas durante los últimos años. Egresado de la Escuela de Agronomía de Montpellier Francia en los años ochentas y parte clave en el desarrollo moderno de la enología en Baja California. Sé que puede sonar pretencioso y que también ha habido bodegas como Monte Xanic que rompieron con algunos parámetros que han hecho que la gente voltee a los vinos mexicanos. Y no hablo de medallas ni títulos nobiliarios sino de la promoción del vino mexicano con el trabajo diario en el campo y en la bodega. Puedo estar o no de acuerdo en ciertas formas de vinificar y sobre todo en la crianza, a la hora de imprimir tanto roble nuevo en algunos casos ahogando su esencia, pero debo reconocer que Baja California no ha sido la misma de las últimas décadas a la fecha.

Busqué los vinos que restaban para completar el repertorio de la bodega, un blanco: Piedra de Sol vinificado con garnacha blanca, y dos espumosos un Blanc de Blancs de chardonnay y sauvignon blanc y un Blanc de Noirs con zinfandel, ambos con 18 meses en sus lías. Hay otras dos etiquetas de tintos de la misma bodega: Contraste: uno vinificado en esta región y otro en Francia. Por desgracia no tuve éxito, así que me tuve que conformar con la mini vertical de tintos.

Abrimos con un blanquito alemán muy agradable, se trata de un Span Kendersmanns riesling 2021, con sus 9 graditos de alcohol. Un Spätlese color amarillo pálido con burbuja en las paredes de la copa, fluido y brillante de nariz tropical, piña y membrillo. En boca es frutal, se nota el cosquilleo de la burbuja, de acidez comedida. Buena relación calidad-precio, por 359 pesos, unos 18 dólares americanos.

Después llegó un borgoñita genérico de Louis Jadot. Bourgogne 2019. Un poco flojo, falto de acidez y con una nota especiada y caliza. Nada que levante suspiros, un vino correcto pero no para su precio.

Comenzamos la mini vertical en cata ciega para desechar prejuicios.

Vino de Piedra (Cabernet sauvignon y tempranillo con 14 meses de roble francés y americano)

2016

Como es de esperarse el color es bastante más evolucionado que las dos siguientes añadas. Ribete ocre turbio aromas a fruta roja madura, tabaco rubio y mermelada de zarzamora. En boca esta bastante limado el tanino, aunque al final armaga un poco. También tiene una nota salina para que nadie dude de que la uva nace cerca del mar; los pozos donde sale el agua para el riego tienen su marcada influencia.

2017

Huele a pimienta negra, café tostado y notas de vainilla con algo de fruta negra. En boca le falta acidez y algo de nervio.

2018

Color picota ribete rubí. Al principio está cerrado va abriendo con aromas muy integrados a casis, lavanda y fruta roja de la mejor calidad, en boca tiene una buena acidez y tanino. Mucho mejor nariz que en boca.

Las Pudendas y Huno 2019

Después de una tarde atropellada, con prisas y contratiempos, nos reunimos por la noche para la tradicional cata de fin de mes. Tuvimos nuevamente de invitado a la mesa a Eduardo Narro, orgulloso dueño de Las Pudencianas. Una familia con tradición vitivinícola de raíces profundas en aquellas tierras norteñas. La bodega en el pueblo era conocida como el Jardín Botánico de Parras. Desde hace 13 años que se plantaron las primeras vides ha ido evolucionando su proyecto hacía producciones artesanales, buscando la satisfacción del cliente con ideas muy innovadoras. Una de ellas que me llamó la atención se trata de una cata de tres vinos; y que al final el anfitrión invita a que surja el espíritu enológico que pudiera estar dormido en lo más profundo de nuestra alma: Los catadores tienen la libertad de mezclar los vinos como a ellos les plazca, tomando notas de la mezcla; posteriormente se embotella y se imprime una etiqueta personalizada. Si en el futuro quieren repetir la mezcla, ya hay un registro, y es cuestión de pedir un lote. Más allá del resultado de la mezcla, que por obvias razones puede resultar o no, me parece un ejercicio que convierte a los invitados en parte del proceso. Echando a volar la imaginación podemos pensar que somos parte de esa bodega. Me parece una brillante idea que podremos poner en práctica muy pronto, ya que casi todos los integrantes del grupo estamos planeando ir en un par de meses, ya les contaré. Eduardo no llegó con las manos vacías; trajo una pierna de carnero estofada con verduras y dos botellas: una de su bodega y otra de un familiar que también produce vino por aquellas tierras.

La primera Las Pudencias cabernet sauvignon, no encontré la añada y teniendo a la mano la respuesta con Eduardo presente, se me ha pasado de largo. Aunque mi ortodoxia ha ido a la baja, no se debe pasar por alto que ambos vinos han viajado desde Coahuila sin ningún reposo previo a la cata, detalle que tiene mucho que ver con las sensaciones organolépticas, como diría un sumiller. Se trata de un vino joven huele a fruta roja; ciruela con algún dejo a humo. Acidez alta y final astringente, ya habrá tiempo de catarlo in situ próximamente.

Huno 2019, vinificado con merlot del mismo valle de Parras de la bodega Hacienda del Marques de Parras. Se le nota la madera, huele también a hollejos, fruta negra indefinida y una nota especiada a pimienta blanca. En boca tiene buena acidez aunque a la mitad del recorrido hay una nota cansina como si hubiera estado abierta mucho tiempo. Después de unos minutos aparece una nota mentolada en la copa quieta.

La última botella antes del estofado la trajo Alfonso, un carmenere: Carmen 2020. No tomé nota pero se trata de un vino frutal repetible.

El delicioso estofado con verduras estuvo bañado por una magnum de Luigi Bosca de Sangre 2014. Maridó muy bien con la grasa del cordero.

Estaremos a mediados de septiembre por aquellas tierras degustando los ya famosos vinos de Parras.

En esta ocasión no tenía idea de qué ofrecer para la cata, pero hurgando por los pasillos se me ocurrió comprar cinco vinos que tuvieran los nombres más raros. Lo que me sorprendió fue que hoy en día muchos productores buscan impresionar con diferentes nombres y etiquetas que suenan fuera de contexto, con el fin de vender sus vinos. Yo sabía de antemano que al escogerlos por ese motivo las posibilidades de probar algo que mereciera la pena era escaso, o algo fortuito. Y aquí empezamos con la lista:

La Maldita 2020. Nacido en la noble tierra de Briones en Rioja, y vinificado con garnacha blanca. Color evolucionado: oro, brillante y espeso. Huele a talco, toronja blanca. Buena acidez en boca, de final corto. Con la copa en reposo, al final de la cata huele a mango. Bebible.

La Casa de Las Locas 2020. Amarillo pajizo ribete transparente. Huele a lo que rara vez huele el vino: a uva; cuando pelas una uva y queda la pulpa al descubierto, y melón verde. Boca cítrica a lima, buena acidez y final medio. En reposo al final huele a membrillo. Repetible.

Knock Knock sin añada, taparrosca, eso sí: metálico. Primer aroma volátil, algunos aromas químicos, después abre un poco a fruta roja indefinida. En boca es planito, fugaz… Nada que mueva a comprarlo al menos que sea el único vino a la venta en cien kilómetros a la redonda.

Mr No Sulfite 2019. Un beaujolais villages, sin sulfitos. Huele a ciruela roja madura, algo raro pero también a madera vieja y poco más. Planito en boca, falto de acidez y tanino. Inmemorable con causa.

Pituco 2020. De Jumilla, y el que sin duda más nos ha gustado o mejor dicho: el que menos nos ha desagradado de los tintos. Vinificado con garnacha tintoreta: esa que también es negra por dentro, monastrell y syrah 14 grados de alcohol y crianza no especificada. Huele a hollejos y zarzamora con especias; notas de clavo. En boca sobre-madurado, falto de acidez y pasificados. No sé si repetiría.

No dejó de ser un buen ejercicio, en ocasiones cuando voy dispuesto a traer lo mejor que encuentre, me he topado con muchas sorpresas, en está ocasión mis expectativas eran muy bajas.

Dentro del amplio mundo del vino se habla de la evolución como algo cuantificable pero sobre todo controlable. Déjenme decirles que al tiempo le gusta juguetear con nosotros, a veces evolucionando de más, y otras cuando pensamos que ya el vino se convirtió vinagre; resulta que no sólo está bebible sino que se puede disfrutar de los matices de un vino en plena madurez; deleitándonos como nunca lo haríamos con los vinos más jóvenes. Hace casi cuatro meses catamos un blanquito: Cuna de Tierra 2020, que ya había olvidado en el refrigerador, y es que había sobrado poco más de una copa. Para mi sorpresa lejos de ser un vino cansino, presentaba un color amarillo dorado, opaco, con una nariz tropical a mango, níspero con notas de piña madura y barro. En boca amarga un poco a la entrada, de acidez comedida y un punto dulce. Había perdido aquella frescura de cítricos de la primera vez cuando se descorchó: Nada que se tuviera que echar al fregadero. En contraste descorché después un Chablis de Louis Jadot 2021, amarillo pajizo brillante con una nariz frutal a piña, notas florales a jazmín, y también notas anisadas. En boca de buena acidez, un vino joven correcto. A veces la vida nos da sorpresas, y es que olvidamos la segunda parte en algunos vinos: que después de descorchados, quizás no días, pero si una horita o poco más hace que aparezca la magia. Pondré en un futuro más atención a la evolución en copa.

El imbebible

Ese mismo día había sacado de no sé dónde una botellita de tinto, sin grandes expectativas lo probé. Debo decir antes que nada, que no me gustan las descripciones poco halagadoras de vinos que no sean de mi agrado, pero este rozaba lo infame. Un vino diluido, que si me hubieran dicho que le habían agregado un vaso de agua, lo habría creído. No había por donde cogerlo, como decía un buen amigo español. Le faltaba de todo, un juguito de uva con algo de alcohol, completamente desintegrado. Además tuvieron el atrevimiento de imprimir en la etiqueta el calificativo de «Gran Vino» nada más lejos de la realidad. Pongo la foto para el valiente que quiera desengañarse.

Hace unas semanas asistí a una de esas catas comerciales que organizan ciertas tiendas de autoservicio, lo que conocen en España como grandes superficies. Dije comercial, porque finalmente su objetivo es vender una que otra botellita, y si al cliente le gustan todos los vinos, pues… ¿Quién le impide que se los lleve a casa? Alfonso, asiduo asistente a estas catas, me comentaba que las más interesantes, en cuanto a información y contenido, eran las organizadas con algún miembro de la bodega en cuestión. Ya que generalmente están muy bien enterados de todo lo que respecta a la bodega y sus vinos. En esa ocasión cambiaron el itinerario, debían ser prioratos y acabaron en Ribera del Duero.

El primero de tres tintos; Sembro 2021 de bodega Jaros, Tres meses de crianza y 14.5 grados de alcohol. Huele a mermelada de zarzamora, unas vueltas a la copa y aparecen lácteos. En boca: de taninos moderados, buen paso y acidez. Todo en su lugar sin enamorar.

El segundo de la tarde un Jaros 2018, con 18 meses en barrica además de que se le notan. Huele a pastel de frutas, pimienta negra y una notita lejana de cuero y madera nueva. En boca tiene un tanino rugoso y una acidez que destacan, le falta vidrio, quizás unos añitos integren lo que hay dentro.

El último fue un Pago la Corva 2015. Mudo al principio, va abriendo a fruta negra sobre madurada y barro. De alcoholes altos, sin integrar, aunque el conjunto da un vino correcto, hasta que me enteré del precio: 1500 pesos, algo así como 85 dólares.

Dentro de las audacias del sumiller encargado de dirigir la cata, respondió a una pregunta a la ligera, diciendo que las piernas en la copa no tenían nada que ver con el alcohol. En mi experiencia la evaporación del alcohol, por ser tan volátil, hace que la tensión superficial del agua que queda en las paredes escurra, y dependerá en gran medida de la porosidad del vidrio del que esté fabricada la copa; que escurran en diferentes grados o que no se perciba. Así las cosas me retiré de la cata sin llevar vino a casa.