Archivos para 26 febrero, 2010

Tutton´s en Covent Garden

Hacía dos décadas que no visitaba Londres. Ese aire medieval de sus callejones, sus melancólicas vistas al Támesis y la elegancia de sus puentes y su parlamento, junto con su torre, el famoso Big Ben, la hacen de mis ciudades favoritas. El Ojo de Londres es una nueva atracción, por lo menos para mí, ya que se abrió al público nueve años después de mi última visita. Por esta ocasión no he podido subir, no ha sido la acrofobia lo que lo ha impedido, sino la mala costumbre de ir posponiendo las visitas hasta que es demasiado tarde. Londres goza de una vasta reputación en las artes, el conocimiento, la historia, tierra de anticuarios y de piratas convertidos en Sir, con un comercio intenso de vino que se remonta a varios siglos atrás. Como en casi todas las grandes metrópolis su transporte público también merece un reconocimiento, sin su eficiente metro me hubiera sido imposible hacer la mitad de las actividades que realicé. Desde la ventana de nuestra habitación podía ver la única pista del pequeño aeropuerto de «The London Airport». Del hotel a la estación de Royal Albert había un buen trecho de alrededor de un kilómetro, recorrido que se haría agradable en el mes de septiembre, pero no en febrero a menos de 0°C. Mil metros que se hacen una eternidad. Desde allí se puede ir a todas partes haciendo los cambios de estación necesarios.

Nuestra última parada fue Westminster, impresionante salir de la estación del metro para encontrarse con el Big Ben, que parece un gigante vigilando el nublado horizonte londinense. Cruzando el puente de Westminster, maniobra poco complicada con la cantidad de turistas cámara en mano sacando fotos hasta del piso de las aceras, comenzó a caer una ligera lluvia de aguanieve, para quien vive cerca del Ecuador era fácil imaginar que estaba nevando.
Después de echar un vistazo al Ojo de Londres y pasar frente al lujoso Marriot, tomamos un Leyland, que hoy en día cuenta con toda la tecnología, nada que ver con los antiguos taxis de la misma marca de los autobuses de doble piso y de la ciudad donde se construyen. Le pedimos al taxista que nos llevara a Covent Garden, a unas cuadras de allí, que de no haber sido por el frío y la lluvia hubiera resultado una sana y amena caminata de 25 minutos. El hambre apretaba, así que nos metimos al primer restaurante que encontramos, que por cierto abundan en esa zona. Tutton´s Brasserie es un lugar bullicioso, pero agradable, con las mesas pegadas unas a otras, inhibiendo un poco la intimidad. Varios pizarrones informan sobre la comida y el vino vigentes. A lo lejos distinguí con letras grandes; «Cremant de Bourgogne Rose«, nada mejor para abrir boca. Sin añada, si es que la tuviera, y sin haber preguntado la marca…Una grata sorpresa, el mejor espumoso del viaje: seco, mineral, fresas silvestres, de color salmón y buena burbuja. Siguiendo con el vino por copeo, pedí un Ca di Ponti, Nero de Avola 2008, planito, austero y más corto que un suspiro. Al comentarle al mesero mi fallida experiencia con el Ca di Ponti, le pedí un Valmoissime 2008, (pinot noir), pero me advirtió que éste sería aún más diluido. Sin darle mayor importancia a su comentario lo pedí. Un vino del montón con una arista alcohólica digna de un shyraz australiano. La materia prima de primera, pedí unas chuletas de cordero muy sabrosas; en su punto. De postre un Quinta Do Noval LVB, que de no haber sido por el color terracota, afirmaría que fue un vulgar rubí. Ahora aplaudo la costumbre en España, cuando el camarero trae a la mesa la botella para servir la copa frente al cliente.

Hay días malos y otros peores, esto en relación a la pertinaz lluvia que no cesó hasta la noche, pero que tampoco impidió que saliéramos del hotel con nuestros paraguas, guantes y gorros. Tomando en la estación de Victoria el Tour por la ciudad, teniendo la flexibilidad de bajar en los sitios de nuestra preferencia, bajamos en Picadilly. Después de que mi esposa hiciera unas compras en la tienda de National Geographic, nos dirigimos a comer a un lugar que nos había recomendado una atenta vendedora de origen sudamericano, no sin antes advertirme que era un lugar caro. Pero nos pico la curiosidad y entramos.

 Asador del Gaucho

Gaucho está en uno de los callejones que salen a Picadilly. De aspecto sobrio, recibidos por una elegante señorita encargada del guardarropa, y acompañados a nuestra mesa por otra no menos guapa británica. Ya me hacía sospechar que tendría que empeñar un riñón. Aunque al final no fue así. A un lado del asador, podíamos ver la preparación de los diferentes cortes, las paredes estaban tapizadas con pieles de ganado vacuno, al más puro estilo peluche… mis compatriotas entenderán la descripción. Lo primero que revisé fue la lista de vinos: ¡Argentinos!…¡t-o-d-o-s!. Yes sir… En un par de minutos llegó un amable sumiller, Jake Crimmin, cuyo atuendo distaba mucho del peto de cuero, el catavinos y las medallas. Con un sobrio traje y corbata me hizo varias recomendaciones. Porque no me trae un vinito artesanal, de esos que se venden por cientos y no miles de cajas, amablemente me dio a probar dos copas, pero ninguna me gusto. Con el dedo señalé un Ópalo 2007, malbec de Mauricio Lorca.

Picadilly Street

Al seguir conversando sobre el supuesto vino de baja producción, salió a relucir este blog. Con una sonrisa de complicidad me dio su tarjeta y me dijo que el también escribía en el propio: Diary of a sommelier. Recordando el poco éxito para encontrar tiendas de vino hasta el momento, le pedí que me diera una lista de ellas. De las cinco referencias, conocí tres, más una extra que no estaba en la lista, pero lo dejaré para la siguiente entrega. Como última petición, le solicité algún Oporto para el final, Port ?… Try Malamado 2005, is a port style. Acto seguido desapareció y no volvió a la mesa. Cuando pregunté por él para agradecer sus atenciones me dijeron que se había retirado. La carne, como era de suponerse estaba exquisita. Yo me decanté por unas costillas de carnero, con la cocción perfecta así como los condimentos más básicos, grasa en su más sublime expresión, al lado un buen plato de tomates frescos multicolores, rebanados y bañados en aceite de oliva extra virgen con sal gruesa. El malbec, me pareció correcto; flores secas, chocolate amargo, jugoso, aunque a buena temperatura dejaba ver su alta graduación alcohólica (14%). El Malamado, «port style» puro jarabe para la tos, una caricatura de oporto, una mala caricatura. (continuará)